¿Hay inclusión educativa en Colombia? tercera parte: Enseñando a dar amor
Tercera entrega de la serie ¿hay inclusión educativa en Colombia? con la historia de Luis Miguel Acuña, un joven de 22 años de edad, a quien el síndrome de down que padece, no le ha impedido sobrepasar las expectativas de los médicos y su familia para lograr algo que para muchos de nosotros se da por sentado: escribir su nombre y poder firmar su documento de identidad. Un proceso de mucho esfuerzo y sacrificio de sus padres que hoy rinde fruto y los llena de orgullo.
¿Hay inclusión educativa en Colombia? tercera parte: Enseñando a dar amor
Febrero 16 -2015
Por Harold Romo
En 1993 nació mi primo Luis Miguel. Mi tía Rosario llegó a la casa a pasar su dieta y recuerdo que entrar al cuarto a saludar el nuevo integrante de la familia era todo un misterio. Que lávese las manos. Que póngase taba boca. Que cierre la puerta. Que no lo cargue tanto. Nadie entendía el porqué de tanto cuidado. Luego nos explicaron que era un bebé prematuro razón por la cual debían ser muy cuidadosos porque cualquier virus o bacteria podría causarle la muerte.
"Lo conocí a los 3 días y me impresioné mucho al verlo, pero mi reacción fue bendecirlo y decirle que lo queríamos mucho y lo necesitamos en ésta familia; que no nos fuera a dejar solos" es lo que recuerda la mamá de Luis Miguel.
Dos meses después nos enteremos que mi primo Luis Miguel había nacido con síndrome de Down nivel uno. Al principio fue una noticia muy dura. Cuando la doctora encargada le dio la noticia, confundió ese síndrome con el de inmunodeficiencia adquirida, SIDA. "La verdad es que cuando me dijo (la doctora) que era síndrome de Down, yo sentí como que un edificio se venía encima y sentí como si la sangre de la cabeza me hubiera pasado a los pies" fue la sensación de mi tía Rosario.
Con el paso el paso del tiempo mi primo fue creciendo y para sorpresa mía nunca recibió trato especial por su condición, por el contrario, siempre lo trataron y lo tratan aún como un niño normal. Eso ha generado que él no se sienta incómodo en la sociedad.
No quiero decir que estos 22 años hayan sido fáciles, por el contrario han sido muy duros para mi tía y su esposo quienes con mucho sacrificio han logrado darle a Luis Miguel la oportunidad de estudiar. A los 3 años en al jardín Infantil Burbujitas, un jardín infantil normal, con niños de su edad que sin ningún problema lo aceptaron como uno más. Las profesoras, desde su profesionalismo, lo recibieron cumpliendo con el proceso regular de todo niño.
Luego pasó al instituto Tobías Emanuel donde estuvo 5 años. Allí mi tía recibió mucha ayuda porque existen profesionales especializados que ayudan a los padres a entender mejor la discapacidad cognitiva de estos niños. Sin embargo, luego de someterse a una evaluación para saber si el niño era apto para avanzar en el proceso educativo de dicha institución, Luis Miguel, fue descartado. Su capacidad o mejor su discapacidad no le daba para aprender a leer y escribir. Esta noticia fue un golpe a la moral de los padres de Luis Miguel que sin prestar mucha atención al "catastrófico" resultado se dieron a la tarea de buscar quien podría asumir el proceso de lecto-escritura.
Pasó al Taller de Arte Boteritos donde si bien no le enseñaron a leer y escribir, tuvo la oportunidad de explotar su talento artístico en pintura, música y teatro, actividades que desempeña en la actualidad y que además cada cierto tiempo son expuestas al público para presentarlos como grandes artistas. Tuvieron la suerte que un padre de familia de los niños que asisten a Boteritos les recomendó trabajar con la profesora Elizabeth Mejía quien se ha dedicado, por más de 20 años, a la educación de niños con discapacidad cognitiva de manera casi personal porque en su momento contaba con 3 alumnos.
La profesora Elizabeth a través de la metodología Waldorff, con ejercicios de motricidad fina y gruesa, que afianzaban la seguridad, involucrando a la familia para que desde casa exista el apoyo de reforzar lo aprendido y sobre todo con mucho amor y dedicación logró que mi primo pudiera escribir su nombre en la cédula a los 18 años.
Parece algo tan normal que no lograse despertar el mayor interés en personas como usted o como yo pero si logramos entender, tan sólo un poco, todo el esfuerzo y sacrificio (moral y económico) que hay detrás de estas 10 letras L U I S M I G U E L sólo así pudiéramos valorar de verdad la cédula firmada con su propio puño y letra que tiene mi primo.
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¿Hay inclusión educativa en Colombia? 1a parte
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