Marzo 18 - 2022
Por Laura Cruz
Han movido la tierra para sembrar. Una argolla ha cohabitado con ellas, trenzado cabellos, amarrados turbantes, cocinado. Han destapado botellas de viche, se han movido con fuerza contra la injusticia. Han levantado banderas, creado música, caminado con sutiliza y miedo por otras pieles. Le han temido al mar pero han dado brazadas. han tumbado casas, azotado cosas con fuerza, enhebrado agujas y cortado telas.
Han creado sobre un lienzo. Han acunado a una hija y una nieta. Han escrito de forma pragmática. Han saludado, recogido lágrimas, y a la vez, impulsado. Creado un estilo, diseñado ropa, han dado vida.
Podrían ser sus manos, pero también dos raíces, podrían ser dos pájaros, pero son alas.
Llego a su casa en un barrio popular. Van hacer las cuatro de la tarde y la luz entra tímida por la ventana. Apenas ilumina los maniquís que hay en la sala y la ropa que cuelga en dos estantes. Estoy en Esencia Negra, que es su hogar y su negocio.
Entro a su taller, un cuarto pequeño que da a la calle. Está sentada en una butaca, detrás de su máquina de coser Singer negra, que por alguna razón me hace pensar que allí se encuentra el tiempo.
-Laura, déjame yo me despierto bien.
Tiene el cabello suelto. Está vestida de negro y parece cansada, aunque puede ser la falta de color en su atuendo, pues otras veces la he visto vestida de colores que parecen fusionarse con su piel.
Eloísa Montaño Guerrero nació al lado del mar, en Buenaventura. La menor de cinco hermanos -cuatro mujeres y un hombre- por parte de mamá. “De mi papá no sé en qué número estoy, con mi papá nunca fue clara la cosa. Fuimos como 20 hijos, no te sabría decir. Lo que sí sé es que fui una de las hijas que él quiso mucho, porque me parecía físicamente a él”.
Prisciliano Montaño, el padre de Eloisa, trabajaba en el puerto, al igual que cientos de hombres de esa región que no se dieron cuenta cuando les quitaron el mar con la privatización. La madre era Ana Emelina Guerrero. “Mi mamá era esa señora pequeñita, calzaba 34/35. Se puede imaginar cómo era, y era de un carácter muy fuerte, ella trabajó independiente y le gustaba bailar danza. Yo creo que de ella me viene lo artístico”.
Tenía 27 cuando cayó el Muro de Berlín, 37 cuando asesinaron a Jaime Garzón, 54 cuando Colombia firmó el acuerdo de paz. Eloísa nació en 1962 y cumplió 60 años. En su búsqueda por la memoria de la niñez recuerda que era feliz jugando descalza, haciendo combates y llenándose de barro con los amigos. Para ella eso “era lo máximo”. Creció y vivió otra época, en otra Buenaventura. Pasó de la parte de la isla hacia la parte continental, que era la parte nueva, donde están haciendo las invasiones. Allí corría y se metía al monte, corría; “una niñez muy bonita, muy tranquila.”
La Buenaventura que Eloisa recuerda era pacífica, como un reflejo del nombre del océano al frente de este puerto. Se podía dormir con la puerta abierta, aunque parece una exageración, la percepción de tranquilidad daba para imaginarlo así. También había un vínculo entre los vecinos de la comunidad que permitía que se le llamara tía o tío a personas que no tenían la misma sangre ni llevaban el mismo apellido. -Lo eran porque tu mamá te decía que era así; tenías que respetarlos por ser tus mayores, pero todos te cuidaban. Al hablar de lo que fue la privatización del puerto, Eloisa deja ver una sensación de pérdida, de engaño; dice que los adultos, sus padres y los de todos los que eran niños en ese entonces, eran muy confiados y se dejaron vender ideas falsas. Esto me hace pensar en el mar robado o vendido en El otoño del patriarca: les dejaron solo el gran hueco donde antes estuvo el agua salada, los corales y los peces. Eloisa y el mar, podría ser el título para la historia de un libro. Pero la relación entre esta mujer y el mar, siendo nativa de una ciudad costera, es, por decir lo menos, particular; ella no sabe nadar, no aprendió nunca. A su madre le daba mucho miedo que se ahogara y cuando de niña quería ir a la playa a jugar no la dejaban. Entonces no aprendió a nadar. Nada de nada. Eloisa no sabe nadar, pero sí sabe luchar, sabe no conformarse. La lección más valiosa que su prolífico padre le pudo enseñar fue a no dejarse, como decimos, a que ningún hombre la pisoteara. Por eso no aguantó más de dos años al papá de su hija y rompió la cadena de una relación violenta. Sabiendo, desde pequeña, trabajar por su cuenta no iba a depender de ningún hombre, de nadie en realidad. Luego se dará cuenta de su feminismo, el que ya practicaba de una u otra forma antes de saber sobre el significado de ese concepto. Es de las mujeres que prefería perder a un amigo hombre en el momento en que maltratan a sus novias o las abandonaba cuando salían embarazadas. Así de tajante. Así de resuelta. Aunque luego de unos años se casó, por la iglesia y todo. Eso ocurrió poco tiempo después de la muerte de su madre. Dice que en ese momento doloroso estaba desorientada y se sentía sin piso. Le bromeo diciéndole que sería Eloisa de tal, pero ella contesta que no es de nadie. - No, yo no nací para ser de nadie, por favor El matrimonio se disolvió a los 10 años de convivencia, en 2012. Ahí es cuando empieza Esencia Negra, y para ella es como una especie de renacer y sanarse a sí misma. Recuerda que de niña no le gustaban las matemáticas, pero sí le agradaban mucho las labores manuales y artísticas. Dice que retomó la pintura de telas, de cuadros y la confección de bordados como una forma de sanarse, pero lo define aún mejor con la simpleza sabía de sus palabras, que da cuenta de lo que para ella significa el trabajo con las manos: Cuando no es una cosa es otra, como dicen por ahí: a Eloisa la pintura con óleo empezó a afectarla; le daban unos dolores de cabeza terribles, náuseas, en fin le causaba mucho malestar. Los médicos le advirtieron que no podía seguir utilizando esas pinturas. Pero ella tampoco quería regresar a un trabajo corriente, y menos trabajar para alguien más. Se había reencontrado con esa niña, con su esencia. Ya grande, como ella misma dice, había aprendido a utilizar un computador y a navegar por internet, entonces se puso a la tarea de averiguar sobre cuál pintura podría utilizar con las telas que no fuera óleo. Encontró algo que era natural y con lo que podía trabajar. Una amiga, conocedora de su tendencia a transformar la ropa que mandaba a hacer o compraba por ahí, le sugirió que estudiara diseño; tenía esa chispa y curiosidad creativa. No estudió diseño, pero ha hecho capacitaciones que le darían para un título. En un juego de palabras le puso de nombre a su emprendimiento Eloarte, pero siendo sincera dice que no la dejaba muy satisfecha. Un profesor, de los tantos cursos en los que estuvo, fue el que le hizo darse cuenta de que el nombre ya lo tenía, y había estado rondando en su cabeza sin saberlo: Esencia Negra. El retorno a lo elemental, a sus raíces afro ancestrales que la hacían sentir orgullosa. Esencia Negra son las mantas, los turbantes y otros artículos y vestimenta pintada a mano; es arte y es la historia de Eloisa, de sus luchas y de su carácter. Ella quiere que su marca crezca y perdure, por eso más allá de su nombre ha ido creando una identidad en la marca que espera que la gente reconozca. Que la negritud se reencuentre con lo esencial. El feminismo había estado presente en ella, sin identificarlo plenamente. Ese lado feminista dice que lo heredó más de su padre. Aunque la verdad, admite que fue en la Escuela de Travesías por la Paz que vino a darse cuenta y a entender qué era feminismo y que ella lo practicaba sin radicalismos. Desde hace seis o siete años, no lo recuerda bien, empezó a organizarse con la inquietud y la necesidad a bordo de preguntarse dónde está su gente, cómo muestran y rescatan su cultura; cómo se dan una mano entre las mujeres, es así que estuvo liderando el Comité Afro de Mujeres. A partir de ahí conoció a otras con las que, recién en 2020, vendría a conformar la colectiva Mujeres Sin Miedo. Debido a la agudización del maltrato en pandemia, con feminicidios incluidos en la comuna 10, pensaron que era momento de ir a las mujeres y no esperar que ellas, maltratadas, pudieran buscarlas. Para Eloisa se trata de protegerse entre todas y de promover la equidad en todos los niveles. En Mujeres Sin Miedo empezaron a hacer ollas y escuela comunitaria, organizaron una guardia de mujeres. La llama de la antorcha ilumina hacia la protección y ayuda a las mujeres que tienen incidencia en los procesos comunales, esas mujeres que lideran y que luchan. A Elosia, por su carácter fuerte y su forma recia, le han dicho que es La dama de hierro, a ella parece gustarle el apelativo, y por su historia parece que se le amolda muy bien. Cuando le pregunto de dónde saca su fortaleza y la resistencia que ha tenido en la vida ante la adversidad, me recuerda que sus apellidos son Montaño Guerrero: ahí encuentro la respuesta.
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