Marzo 27 - 2022
Por Laura Cruz
Svetlana Alexiévich, se enteró que había ganado el Nobel de Literatura mientras planchaba, esto fue en el 2015. La periodista, escritora y ensayista es bielorrusa. Por la tradición literaria de su lengua, que tiene escritores como Nikolái Gógol, Fiódor Dostoyeski, León Tolstói, no es coincidencia que explore el alma humana como lugar para sus historias. La autora ha cultivado su propio género literario al que se denomina Novela de voces, donde la autora a través de una pesquisa paciente y democrática logra reunir las voces y los relatos de las personas de a pie.
Formando la historia de retazos, de recuerdos, sonrisas y heridas que formaron la victoria o la derrota. Alexiévich ha escrito libros como Voces de Chernóbil, en el que se basó la exitosa serie de televisión sobre la central nuclear. También escribió Los muchachos del Zinc, El fin del Homo Sovieticus, entre otros. Los libros de la autora se caracterizan por ser parte de la memoria del mundo, por poner al frente el alma humana y por mostrar la historia soviética y poscomunista como fondo de su obra.
Alexiévich renuncia a replicar la historia que se limita a dar datos de enciclopedia y se embarca en la búsqueda del recuerdo como una forma de protesta, donde la escritora hace silencio para que las testigas hablen, y sobretodo, para que las palabras tomen otras formas, una más cálida. Las palabras que recoge la autora son la memoria de una guerra en la que los poderosos solo han querido dejar la palabra “victoria” como escudo a las masacres que permitieron y hasta ocasionaron. Svetlana le da rostro a los 23 millones de muertos que hubo en la Unión Soviética, a causa de la Segunda Guerra Mundial.
Los libros sobre la guerra permean los anaqueles con la historia oficial, historia de “caballeros” hablando sobre “caballeros” que pactaron la guerra. Relatos que están plagados de grandes batallas, de un heroísmo ciego en los que los personajes que sobreviven parecen superhéroes. Por eso un libro como La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Alexiévich es necesario en este tiempo y en todos aquellos cuando haya atisbos de la guerra.
La autora comienza señalando que la guerra siempre ha sido narrada por una voz masculina, hablando de los triunfos de su género, y si hablan del sufrimiento lo hacen como orgullo y no adentrándose mucho. Alexiévich quita el peso del patriarcado de nuestra historia para darle voces a las mujeres ya mayores que muestran cómo padecieron y lucharon en la Segunda Guerra mundial a partir del 21 de junio de 1941, día en el que Alemania decidió invadir Rusia.
La historiadora del alma, como se nombra Alexiévich, comienza en cada capítulo los momentos que estuvo con las testigas, habla también sobre su trabajo como investigadora, como escritora, como quien deja migas de pan, pistas para que los colegas encuentren el camino.
En el libro vemos al ser humano a la intemperie, pero también podemos vislumbrar la belleza del mal. Este libro es un homenaje a casi un millón de mujeres que combatieron en las filas del Ejército Rojo y que fueron recluidas en el silencio y en el olvido a pesar de que salieron victoriosas.
En este libro encontramos la historia que no nos han contado, las jóvenes que un día fueron a la guerra, hablan hoy siendo señoras que por mucho tiempo fueron privadas de su pasado.
Svetlana le da la voz a las francotiradoras, artilleras, conductoras, auxiliares médicas, las zapadoras, mostrando cómo a pesar de que su cotidianidad era el horror, la vida y la belleza no se dejaban vencer por la guerra. La autora muestra que estas mujeres fueron valientes, que odiaron, amaron, lloraron y rieron en el campo de batalla. También habla de esas mujeres que dieron la batalla desde otros frentes: lavando la ropa de los soldados día y noche, cocinando lo poco que había. Cuenta la historia de las mujeres que abandonaron a sus hijos porque primero estaba la patria, de las que se quedaron cuidándolos y de las que los perdieron en medio de los bombardeo, del frío o del hambre.
En el libro podemos ver las mujeres del Ejército Rojo, también está la historia de las Partisanas que combatieron contra los nazis desde la clandestinidad. Está la historia de los niños que la guerra les robó la infancia y el tiempo parecía pasar para todos más rápido. La autora no pide permiso ni se sonroja al hablar de los errores que cometiò la Unión Soviética, ni del dictador que era Stalin, quien ordenó el asesinato de más de 35 mil oficiales en 1937 porque temia que le traicionaran y dejó al país sin sus mejores hombres. El libro también relata que el ejército Ruso, ganó por la convicción y el amor que tenía el pueblo por su país, pero muestra cómo el ejército no estaba preparado militarmente.
Así mismo deja ver los métodos que Stalin utilizó contra su pueblo.
"… Un oficial Ruso no se deja capturar, no hay prisioneros en la guerra, hay traidores. Decía el camarada Stalin, él mismo había renunciado a su propio hijo cuando éste cayó prisionero…"
En el libro encontramos otro tipo de mujer que no es el prototipo deseado o impuesto. Las mujeres de la guerra son mujeres que aman en el dolor, que le dan colores a la muerte, que luchan y se enfrentan contra el poder y la injusticia. Pero también son mujeres vulneradas, violadas. Svetlana relata esto en sus libros, si bien había casos de hermandad entre los soldados, los cuerpos de las mujeres fueron utilizados como territorio para invadir, como botín de guerra.
Este libro es importante para reconocer las pérdidas que deja la victoria porque en la guerra nadie gana, sin embargo, los dirigentes no parecen haber aprendido nada, como se puede ver en el conflicto entre Rusia y Ucrania o para no ir más lejos: la posguerra que vive Colombia.
Recomiendo su lectura a las personas pacifistas, pero sobre todo, a las personas que votaron No en el Plebiscito del 2016, ya que parecieran que han visto el dolor de lejos. Si las mujeres que vivieron y viven la guerra en Colombia hablaran, seguramente los que votaron no al acuerdo podrían perdonar y perdonarse.
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