Mayo 11 - 2021
Por Pablo Navarrete
@PabloMNavarrete
Si hay algo que siempre me ha parecido inmundo, es la arrogancia de las clases 'in' de Cali. Su clasismo. Su hipocresía. ¡Ja! Aquella falta patológica de autopercepción. Creyéndose siempre los eximios, los egregios de los buenos modales. Tan bien puestos, tan blancos pero – al mismo tiempo -, tan sucios y huérfanos de carácter.
Suelen actuar en gallada y se autodenominan 'la gente de bien'. Qué asco. ¿Cómo pueden vivir con semejante INRI sobre sus hombros? Hubo una época en la que este grupo de intachables especímenes sonreían con fina hipocresía, se limpiaban con la punta de su impecable servilleta las migajas del almuerzo que se les quedaban pegadas en algún extremo de sus labios para ocultar con recelo mojigato la mugre de su boca, las facciones de impureza.
Se fijaban en el apellido de sus vecinos para saber si hablaban bien o mal de ellos. Mandaban a "la muchacha" a que comiera sentada en un banco de la cocina y mientras mercaban y ella les llevaba el carrito, se mostraban complacidos, casi excitados, al señalar lo siguiente con seguridad abominable: "saqué de paseo a la muchacha".
Parece exagerado, pero así eran. Así vivían. Y aunque ahora intenten disimular con discursos rebuscados de gente divinamente de tierra caliente lo que ellos nunca entenderán, ni tendrán, ni sentirán parte de ellos, han asumido ante la historia de este país el papel vergonzante de los poseedores de fortunas mediocres, de los clasistas, de los mezquinos, y de quienes hoy intentan mantener de pie su apellido, que se sostiene por la pura esperanza. Por la mera ilusión y por la vaga idea de que tener una casa en el Oeste de Cali o en el barrio Ciudad Jardín los hace acreedores de una vida iluminada por los soles de Faruk pero, en realidad, lo único que han logrado adquirir es una prótesis en forma de dignidad.
Con esa misma actitud falsa, 'la gente de bien' de Ciudad Jardín salió muy envalentonada el 4 de mayo a invadir el punto de concentración de protesta ubicado en la Universidad del Valle, exigiéndoles a los manifestantes que se fueran, porque querían "un barrio en paz y libre de violencia". Salieron de nuevo el 8 de mayo con valentía silenciosa. Pero el 9 de mayo, el fascismo se apoderó de Ciudad Jardín, y 'la gente de bien' se enfrentó con plomo y armas de fuego ante los machetes y la movilización de la minga indígena. Daniela Soto, lideresa indígena del CRIC, terminó herida con dos tiros en su abdomen. Un holocausto más ante la luz del día y ante los ojos de la fuerza pública.
Salieron con camisetas blancas, porque ellos siguen creyendo ese cuento rebuscado de que el blanco es el color de la paz. Pura demagogia y filosofía barata. Miré con detalle si alguno tenía estampado en su camiseta aquel mensaje uribista de 'NO MÁS FARC', pero no. Todos creían fervientemente que le estaban haciendo un favor a la ciudad y sirviendo de redentores para salvar la tan anhelada paz de los caleños. Jua jua jua. En medio de la lucha que se vive en Cali, no se sabe qué duele más, si las balas de los policías y del ESMAD, o las palabras y actitudes de la 'gente de bien', que son precisamente lo que todos soñamos con que deje de existir: los rasgos tan despreciables de desigualdad y mezquindad.
Si no hubiera sido por las armas, que convirtieron en personajes oscuros a los que vestían de blanco, me hubiera reído, porque era extraño ver a la gente de bien de esa zona de Cali, con sus fortunas imaginarias, tan vacíos de luchas en sus vidas, tan alejados y desconectados de su propio país, intentando protagonizar una protesta insípida y desabrida, un verdadero paro armado, que no se compara con el planteamiento político y estructural que se ha hecho desde el 28 de abril. Ilusos.
Sin embargo, todo esto es medio aguantable, salvo por un detalle: esta misma actitud, con esa radiografía sinvergüenza ha querido llegar a los medios de comunicación. Grave error. Fatal descache para ese tipo de personajes y conglomerados mediáticos, porque pocos son los que se muestran receptivos ante su falta espantosa de empatía con la causa de Colombia. Me refiero concretamente a la columna publicada por Diego Martínez Lloreda, director del diario El País, de Cali, titulada 'Marcha el vandalismo'.
Todo en ese texto es un absoluto despropósito. Una vergüenza. Un golpe certero al corazón del diario El País. Evidentemente, él no lo ve así. Él piensa que la ciudad entera le come cuento, pero no. En este momento en el que los jóvenes de Cali son los que, en nombre de una lucha común, están recibiendo los golpes que da la fuerza pública, se espera una voz de aliento y apoyo desde los medios regionales, y no disparos que atraviesen moralmente el núcleo de esta causa que – en lo que a mí respecta – he apoyado de manera inconmensurable.
No se pide borrar del panorama las voces disonantes, pero sí las mentiras. No es que el periodista – sea cual sea su postura política y origen social -, no pueda opinar, mas debe haber una reflexión ética frente a lo que escribe, pues se corre el riesgo de que la opinión concebida en las páginas de un diario, se convierta en un foco de desinformación, como ocurre en la columna del señor Martínez Lloreda.
Y lo digo porque en su texto, Martínez señala que los manifestantes habían planeado detalladamente el desmadre que hoy todos vivimos y vemos con dolor. Aunque en lo personal me parece una tesis traída de los cabellos, el señor periodista sostiene que por parte de los protagonistas del paro nacional hubo "un plan cuidadosamente diseñado para armar el caos en Cali, desde las primeras horas de la mañana. Desde el comienzo". Yo le pregunto: ¿Tiene usted pruebas de ello? ¿No le parece apresurado, desubicado y hasta tonto salir a señalar semejante barbaridad? ¿No cree que como director de un diario afirmar esto es irresponsable y contribuye a la desinformación? A eso me refiero, señoras y señores. Es una lástima, pero 'la gente de bien' se nos metió a los grupos de WhatsApp, al Twitter y a la prensa. Triste pero cierto.
Según el señor Martínez, "'los caleños de bien'", como publicó en su cuenta de Twitter, se movilizaron como solitarias madejas de carne y hueso con camisas blancas, en el Oeste de Cali "reaccionando ante la violencia del paro y la pasividad de las autoridades". ¿Es de verdad, Martínez? ¿Usted cree que las autoridades han sido pasivas? Me pregunto si la muerte de más de 19 jóvenes y 87 más desaparecidos es pasividad. Señor Martínez Lloreda, lléveme a vivir a su país de mentiras, se lo pido de rodillas, porque la realidad de Cali duele y me hace llorar todas las noches.
Por último, no se puede olvidar que es menester del periodismo aportar, desde los avatares que otorga la palabra y la polifonía de opiniones, a la construcción de país y al fortalecimiento de la democracia apoyando las luchas de los que nunca son escuchados, de los vulnerados, de los olvidados, de los nadie, que son los que, generalmente, libran las batallas más duras en nombre de todos. El periodismo es la devoción por el otro, ignorar eso es vandalismo, señor Martínez.
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