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¿Hordas o detractores políticos? 

Timochenko en Cali 2018

Quienes se manifiestan en contra de las ideas de ese Otro al que consideran un contradictor político, lo hacen amparados en un principio democrático que hace legítima la protesta, sin que se extienda dicha validación, a las vías de hecho tal y como sucedió en Cali, Yumbo y Armenia. Quienes llevaron su malestar a las vías de hecho y a las acciones de violencia física, se acercaron peligrosamente a la condición de delincuentes comunes.

¿Hordas o detractores políticos? 

Timochenko en Cali 2018

Foto: ElTiempo.com 

Febrero 11 - 2018

Por Germán Ayala Osorio
Comunicador social y politólogo

Los registros audiovisuales de las protestas, desmanes, silbatinas y acciones violentas de rechazo que mostraron varios grupos de ciudadanos en contra de la presencia del candidato presidencial de la Farc, Rodrigo Londoño, dan cuenta no solo del nivel de exasperación que genera la imagen y lo que representa para estos detractores el ex líder militar de esa extinta guerrilla, sino de una actitud tozuda de unos ciudadanos que desconocen y se oponen a la participación política de los antiguos guerrilleros y por esa vía, niegan la legitimidad del Acuerdo Final negociado en La Habana y firmado en el teatro Colón de Bogotá. A lo anterior se suman, por supuesto, las acciones incivilizadas de quienes lanzaron piedras y tomates contra el candidato presidencial, su caravana y los vehículos. No se descarta la presencia de azuzadores provenientes o simpatizantes del Centro Democrático, hecho que haría parte de las sucias estrategias electorales de un entorno político caracterizado por la polarización política e ideológica.

Lo acontecido en lugares específicos de Armenia, Cali y Yumbo confirma lo difícil que será construir escenarios de paz, "reconciliación" y respeto por las ideas contrarias, en particular alrededor de las que quieren exponer en la plaza pública los antiguos miembros de las Farc-Ep. Aunque se trata de manifestaciones menores, a juzgar por el número de participantes de los hechos y las refriegas registradas en las tres localidades, el nivel de violencia, verbal y física, pueden terminar alentando a quienes puedan estar dispuestos a pasar a acciones mayores, como atentar contra la vida del candidato presidencial del partido de la rosa. La decisión de suspender la campaña política por parte del partido Farc, hasta que no tengan plenas garantías por parte del Estado colombiano, muy seguramente obedece a un análisis del riesgo que corre la extensión de las protestas en número y en niveles de violencia y provocación.

Quienes se manifiestan en contra de las ideas de ese Otro al que consideran un contradictor político, lo hacen amparados en un principio democrático que hace legítima la protesta, sin que se extienda dicha validación, a las vías de hecho tal y como sucedió en Cali, Yumbo y Armenia. Quienes llevaron su malestar a las vías de hecho y a las acciones de violencia física, se acercaron peligrosamente a la condición de delincuentes comunes, la misma que muy seguramente reconocen o endilgan a la figura de "Timochenko", dado, muy seguramente, porque los amotinados exhiben un pobre capital cultural que no les alcanza para advertir que el señor Londoño es un "delincuente político" en vías de ser procesado por los crímenes cometidos en razón del levantamiento armado; y que su presencia como candidato presidencial obedece a una negociación política con la que se puede estar o no de acuerdo, pero que debemos reconocer en tanto se hizo en nombre del Estado colombiano.

La incapacidad para entender y aceptar el sentido y la conveniencia de una negociación política compleja como la que se dio en La Habana para evitar más muertes de civiles, soldados y guerrilleros, es la misma que muy seguramente tienen los rabiosos manifestantes para señalar como responsables de lo acontecido durante 53 años de conflicto armado interno a la clase política, dirigente y empresarial que, por ejemplo, ayudó a crear y apoyó a los grupos paramilitares que curiosamente, pocas actividades contra insurgentes desarrollaron; y más bien, se dedicaron a violentar y desplazar indígenas, afrocolombianos, colonos y campesinos, para que las tierras abandonadas pasaran a manos de latifundistas, ganaderos y agentes de la agroindustria (palmicultores y cañicultores).

Eso sí, no se puede dejar de señalar que la campaña presidencial de la Farc no solo es prematura, sino provocadora, lo que por supuesto no valida los hechos de violencia registrados contra el ex comandante fariano. Y es provocadora, por el nivel de polarización que subsiste en el país de tiempo atrás; además, resulta provocadora porque, por varias circunstancias contextuales, la JEP no está en operación. Por lo anterior, hubiera sido preferible que Rodrigo Londoño aplazara su aspiración política hasta tanto no compareciera ante este tribunal para saldar sus cuentas con la justicia, en el marco del modelo de justicia restaurativa (justicia transicional) acordado en La Habana.

Mientras la Farc toma medidas y el Gobierno ofrece y garantiza a los desmovilizados y reincorporados desarrollar actividades electorales, convendría que medios de comunicación, la Iglesia Católica y las otras comunidades religiosas, la Universidad y otros agentes de la llamada sociedad civil, adelanten actividades y acciones pedagógicas para intentar que la horda de manifestantes entiendan los límites de la protesta y comprendan que el Acuerdo Final es un hecho político y jurídico cumplido. Y que entiendan las diferencias que hay entre pertenecer a una horda de incivilizados, o de respetuosos y civilizados detractores políticos que, dispuestos a discutir y dialogar en torno a unas ideas que, controvertibles o no, siempre hicieron parte de la historia del país.

Ese mensaje pedagógico que podamos llevar a los detractores de la Farc y a las mismas hordas ya referidas, debe girar en torno a una idea central: la negociación política la hizo el Estado. Quienes no compartan la decisión adoptada por el Gobierno de Santos tienen caminos jurídicos para exponer lo que consideran inválido o ilegal de lo firmado en el teatro Colón. Por ello, resulta primitivo y poco racional insistir en el uso de la violencia, las vías de hecho y en acciones para eliminar al Otro, solo porque no piensa como nosotros, o porque en particulares circunstancias fue mi victimario.

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