Abril 21-2023
Olla comunitaria: resistencia al hambre en Cali
Por Laura Cruz
En América Latina 60 millones de personas pasan hambre, según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas. Esto equivale a una población un poco más grande que Colombia. En nuestro país, un 30 por ciento de los ciudadanos enfrenta la inseguridad alimentaria, este porcentaje equivale a 15.5 millones de personas a quienes se les vulnera el derecho a la alimentación. En el Valle del Cauca, el 22 por ciento de los habitantes no tiene qué comer, esto incluye por supuesto a los habitantes de Cali, ya que según Bienestar Social, el 13, 3 por ciento de la población de la ciudad, sufre de hambre.
“El derecho a la alimentación adecuada se ejerce cuando todo hombre, mujer o niño, ya sea sólo o en común con otros, tiene acceso físico y económico, en todo momento, a la alimentación adecuada o a medios para obtenerla”. El derecho a alimentarse dignamente está contemplado como un Derecho Internacional, por lo que varios países han implementado reformas y políticas públicas para disminuir la desigualdad alimentaria, incluso entre los Objetivos de Desarrollo del Milenio, está contemplando que para el año 2030, la población mundial tenga cero hambre.
Sin embargo, este objetivo parece hoy una utopía, puesto que la Organización de Naciones Unidas (ONU), señaló que cerca de 193 millones de personas de 53 países o territorios sufrieron hambre en “niveles de crisis o peores”. En América Latina y el Caribe, son 60 millones de personas sin alimentación asegurada, entre estos niños que tienen desnutrición crónica y aguda. Según Juan Carlos Buitrago, Director ejecutivo del Banco de Alimentos de Colombia, entre el 10 y el 15 por ciento de los menores en Colombia sufren desnutrición crónica.
El Programa Mundial de Alimentos, en el segundo semestre del 2022, realizó una evaluación enfocada en la seguridad alimentaria por departamento. Ahí, el Valle del Cauca aparece con un índice de inseguridad alimentaria del 22 por ciento, es decir, uno de cada cinco hogares se encuentra en inseguridad alimentaria en el departamento.
Gráfico: Programa Mundial de Alimentos
Así mismo, la Secretaría de Bienestar Social de Cali, señaló que cerca del 13,3 % de la población caleña no tiene garantizado el derecho a la alimentación. Sumado a esto, la Secretaría de Salud, indicó que el 4,7 % de los infantes que hacen parte de la primera infancia en la ciudad tienen desnutrición global, lo que equivale a tener menos peso del que corresponde de acuerdo a su edad.
La desnutrición aguda de los niños menores de cinco años es el reflejo de la extrema pobreza en la que viven cerca de 290.000 personas en Cali siendo este un problema estructural para las familias que ganan menos de $169.871 pesos mensuales, ingreso sobre el cual, en el 2022, el DANE calificó como condiciones de pobreza extrema. Esto debido a que más del 40 por ciento de la población se dedica al trabajo informal.
“Corazón contento”
Según Bienestar Social, “en el desarrollo del Programa de Seguridad y Soberanía Alimentaria – Comedores Comunitarios Corazón Contento, entre 2020 y 2022, la Administración del alcalde Jorge Iván Ospina realizó una inversión de más de $97 mil millones de pesos para beneficiar a 89.675 personas, de las cuales 18.500 son menores de 5 años. Reconociendo como prioritaria la intervención en las comunas 13, 14, 15, 18, 20 y 21 donde según el DANE se concentra la miseria en Cali”.
Si bien no se puede negar que estas políticas lograron mitigar el hambre de algunas comunidades, no son una solución de base, puesto que la ciudad tiene una tasa de desempleo del 12, 2 por ciento, el número de personas desocupadas creció de 4 mil personas a 149 mil personas. La cifra más preocupante fue la revelada por el Dane: el 48,4% de las personas ocupadas en la ciudad de Cali y el área metropolitana tenía una actividad informal al cierre del trimestre de diciembre del 2022 a febrero del 2023. Estos indicadores muestran cómo está relacionado el derecho a la alimentación con el derecho al trabajo, dos derechos que según las cifras, no se protegieron en la administración de Ospina, puesto que más del 22 por ciento de la población caleña sufre de hambre.
Gráfico: DANE
Ollas comunitarias y resiliencia
La casa no se diferencia de las otras del barrio Talanga de la Comuna 21, excepto por un pequeño tablero que hay afuera que dice “ Almuerzos, Casa del Desplazado". Antes de que se atienda a cualquier forastero que llegue a algo diferente a comer, se recibe primero a los comensales diarios, que son casi 150, unos 750 a la semana y que pagan dos mil pesos, que muchos a veces no tienen. Se preocupan, tienen impotencia y hambre.
No todos entienden que no tienen seguridad alimentaria, porque ellos llaman las cosas por su nombre, y lo que tienen es hambre. La causa quizás la desconocen, todo cuesta más caro cada día, así resumen la inflación y quizás sea la mejor forma. La guerra de Rusia y Ucrania, la han oído nombrar pero no saben que este conflicto bélico aumentó el precio de los fertilizantes por ende de la comida, lo que sí saben es que la guerra interna que ha vivido Colombia los desplazó y que ha causa de ésta, también hay poco acceso a la comida.
Lacoste, como le dicen a Edilma Gomez, abreviando La Costeña, representante Legal de la Casa del Desplazado y líder comunitaria del barrio, es una mujer bajita, sin embargo, cuando habla de dignidad luce mucho más erguida. Llegó a Cali desde el Departamento de Córdoba y Urabá, desplazada por las Autodefensas Unidas de Colombia ( AUC), después de que abusaron sexualmente de ella. “Yo puedo hablar de eso sin que me tiemble la voz, sin que me queden las palabras dentro, porque yo decidí no ser más víctima y construir”.
Comienza a construir desde las 5:30 de la mañana cuando se levanta a poner el fogón, porque antes de las nueve de la mañana ya tiene una cola de más cien personas en la puerta de su casa esperando el almuerzo. Pero “Lacoste” no es la única, hay más de 16 mujeres voluntarias que se rotan en la semana para cocinar para su comunidad, y no solo para cocinar, sino para escuchar, sembrar, prestar una labor social.
Los platos del comedor tienen, no sólo la sazón de quien prepara los alimentos, sino también su nombre. Está el Cerdo a la Doña Nanci, Pollo a la Marina, Patacón a la Silvia. Las mujeres que conforman la casa, construyen, tejen en esta cocina y forman una pequeña Colombia, ya que la mayoría llegó a Cali pero siguen teniendo la mitad del corazón en el territorio que las vio partir por la violencia. “Esta es una forma de recordar el territorio, que no se invisibilice. Nosotras nos acordamos de que allá dejamos un territorio, en donde nos levantamos, entonces tenemos que seguir conservando esas costumbres”, me dice Edilma Gómez.
En la Casa del Desplazado, no solo se sirven alimentos, también se brinda información para las familias desplazadas o migrantes principalmente los venezolanos. Además de ser un comedor comunitario, tienen una huerta urbana que queda al frente de la casa. Un sábado por mes realizan Ruida en la Huerta, en el que invitan a bandas metaleras para que tengan contacto con la comunidad.
También hay un día de Tertulia de Mujeres, que es cuando se habla de los problemas del diario vivir, para algunas, conflictos familiares, problema de droga en las casa, y el eterno problema que casi comparte todo el barrio, no hay trabajo. La mayoría se dedica a labores informales como venta de confitería en las soleadas calles de “La Sucursal del Cielo”.
Edilma me dice que hace años, cuando el menú del día era arroz y huevo, muchas personas no iban por la comida, sin embargo, que actualmente a las personas no les importa si no hay proteína, porque necesitan comer. “ La carne es uno de los mejores símbolos de desigualdad”, dice el cronista Martín Caparrós, en su libro El Hambre.
La lideresa dice que es necesario que la huerta crezca pero que es muy difícil trabajar con las personas de la comunidad, ya que cada día la gente sale a rebuscarse el pan diario, y se alquilan todo el día por 30, 40, mil pesos planchando o lavando. Gómez dice que de Francia Marquez, su compañera lideresa aprendió que se lucha hasta que la dignidad se haga constumbre. “Tenemos que buscar la dignidad. Aquí no nos pueden venir a comprar. Si tenemos que apretarnos lo hacemos, pero no nos vamos a vender por un mercado o una lechona. Ya sabemos de qué estamos hechos, eso no lo enseñó el Paro. Tenemos la capacidad de resistir, ya hemos puesto muchos muertos, si tenemos que tomar solo agua tomamos, ya merecemos dignidad”, finaliza Edilma.
Escuchando a Edilma me acuerdo de la frase que El Coronel le dice a su mujer, cuando esta le replica:
“- La ilusión no se come - dijo ella.
- No se come, pero alimenta - replicó el coronel.”
- Visto: 546