Octubre 1 - 2021
Por Laurca Cruz
“Los cinco de Llano Verde”. Así nombraron a los jóvenes que fueron asesinados en el oriente: Álvaro José Caicedo, Jair Cortés, Josmar Jean Paul Cruz, Luis Fernando Montaño y Léider Cárdenas. Crímenes que aún no han sido aclarados y que en gran medida están en la impunidad como tantos otros que pasan de ese lado de la ciudad. Este territorio sigue marcado por la desigualdad, el empobrecimiento de sus habitantes, por esta razón quisimos realizar una entrevista que intenta hacer una radiografía de este sector y darle cabida a la memoria, puesto que un paso para la restauración de los derechos es el nunca olvidar a los que les han arrebatado su vida en medio de un conflicto de la urbe, que aunque no se nombra, vaya que existe.
Padre Venanzio Mwangi Munyiri
Tiene más aspecto de boxeador retirado que de cura. Es oriundo de Kenia, pero habla mejor español que el mejor de los latinoamericanos. Pronuncia de forma pausada como buscando las palabras, sin embargo, cuando le pregunté sobre las desigualdades que vive el oriente de Cali, cambió de tono, se acomoda en su silla varias veces.
Con el padre me vi en el barrio Unión de Vivienda Popular. Su casa es un altar a Dios y a la naturaleza que cohabitan porque quizás son uno solo. Mientras lo entrevistaba, un cristo de madera nos miraba desde lo alto.
El padre Venancio llegó desde el oeste africano. Con la Arquidiócesis ha venido trabajando en el oriente donde ha iniciado un proceso de acompañamiento a la comunidad afrodescendiente en temas como la identidad cultural desde la espiritualidad de los pueblos y luego desde la dimensión humana.
También defiende los derechos humanos, la convivencia y todo aquello que puede aportar a las personas que van llegando a la Sultana del Valle desde el pacífico colombiano, para que también encuentren una forma de continuar con sus tradiciones en el oriente y se integren de la mejor manera al contexto urbano.
El padre Venanzio Mwangi Munyiri es una de las voces que mejor puede dibujar el oriente y sus habitantes, darnos pistas para entender porqué la violencia y la indiferencia se esconden en las laderas, no sólo por su trabajo de más de tres lustros en el oriente, sino por vivir en las comunas.
Hechoencali.com: ¿Cree usted que se podría decir que en algunos barrios del Oriente y puntualmente Llano Verde, se presentan hechos de violencia y discriminación como resultado de un experimento social por parte del Estado donde reunieron víctimas y victimarios?
Venanzio Mwangi Munyiri: El Gobierno ofreció en el 2013 un proyecto de casas de interés social que fue aprobado a nivel nacional. En Cali nos correspondieron apenas 4 mil viviendas. El propósito inicial era que fuera una ciudadela de reconciliación, sin embargo, nos podemos dar cuenta que el gobierno no cumplió con el objetivo.
No fue un espacio de reconciliación porque el gobierno se limitó a entregar las casas y a irse. Quienes llegaron a este territorio debieron pasar por una cultura política de perdón y reconciliación que les permitiera valorar la vida, la dignidad. Sin embargo, no se tuvo en cuenta las implicaciones de poner en el mismo lugar a víctimas y a victimarios, tampoco que no todos proceden de los mismos conflictos, de las mismas regiones, entonces imposible que hayan hecho un proceso que permita una armonía y una convivencia. Es una mezcla que más que solucionar lo que hizo fue juntar tensiones, heridas que luego brotarían de alguna forma.
Cuando no hay un proceso de la memoria histórica ante cualquier provocación, vuelve y juega la memoria ingrata de lo sucedido y eso hace brotar sentimiento de venganza de querer seguir dando la batalla para ver si por lo menos hay una salida adecuada. Todo ello redunda en lo que llamamos el control territorial.
H.C: ¿Por qué hay estigmatización para la población del Oriente de Cali por vivir en ese sector de la ciudad?
V.M: Decir oriente en Cali es sinónimo de desigualdad. El simple hecho de vivir en el oriente es como una condena de que uno no pueda progresar en la vida. Quien vive en el oriente ya está llamado a atenerse a lo que implica una discriminación estructural, porque, aunque parezca imposible es un sector de la ciudad donde hay carencia de todo.
La mayoría de sus habitantes son del Pacifico y la cuestión de violación de derechos humanos no es solo cuestión de los servicios públicos, se trata de una discriminación racial y ello repercute en diferentes formas porque se identifica uno con el territorio y luego esta marca lo acompaña a uno, se traza un futuro muy opaco con las posibilidades que uno pueda vivir con tranquilidad buen acceso a educación, salud, internet, etc.
Es una clase muy trabajadora y de hecho nutren el resto de la ciudad con mano de obra, con votos.
Es una franja que aparentemente no tiene futuro. El oriente es la cara no deseada de Cali, pero a la cual hay que explotar porque desde luego pagan impuestos, es un sector negado, no obstante, explotado por la otra parte de la ciudad.
H.C: Las familias que llegan desplazadas a Cali, ya vienen siendo víctimas de vulneración de los derechos. ¿Usted considera que cuando llegan a la ciudad hay una restauración de esos derechos?
V.M: Hay que recordar que barrios como Llano Verde o Potrero Grande, entre otros del oriente de Cali, albergan personas que ya vienen en condiciones de víctimas con una vulneración altísima de sus derechos. El Estado tiene una deuda social con ellos y el hecho de que se les entregue una casa de interés social no resuelve los daños sufridos que seguramente fueron los motivos por los cuales tuvieron que abandonar sus territorios.
Cuando llegan a la ciudad, el primer derecho que se les niega es el derecho a la sana convivencia porque la discriminación territorial es algo evidente. El simple hecho de que sean arrojados a estos lugares como quien dice son los de entre comillas. Aquellos que llegan con ciertos problemas entonces lo estatal dice ubiquémoslo en un lugar para que no interfieran con la vida en la ciudad.
El segundo derecho que se vulnera es el del trabajo, porque la mayoría están en la informalidad y el no tener trabajo replica en no tener un sistema de salud con garantías. Luego viene el derecho a la educación porque, aunque se construya un colegio sino hay calidad educativa, no se cumple.
El derecho que más se viola es el derecho a la vida, porque no se resuelve con el tema de una vivienda ni siquiera con centros recreativos o centros de actividades sociales, sino realmente con que ellos puedan sentirse seguros con el acompañamiento del Estado y no solo en términos de acompañamiento policial sino realmente crear ambientes de formación ciudadana de mitigar la violencia. Sabemos que en estos sectores está el tema del microtráfico, el porte de armas, grupos que van surgiendo, y entonces efectivamente se vuelve demasiado difícil pretender que hay una vida digna en el oriente.
H.C: ¿Qué cambios en sus costumbres deben enfrentar las familias desplazadas al llegar a la ciudad?
V.M: Las comunidades afrodescendientes están ligadas al territorio y entendiendo el territorio como un espacio social, un espacio geográfico, una conectividad con el entorno. El espacio para el negro implica mucho. Si el negro piensa en el Pacifico y ve la ciudad, ya hay un estancamiento para que pueda desarrollarse en la urbe.
Por ejemplo, si lo miramos en términos económicos el no tener la posibilidad de la pesca, de sembrar, ya ven afectados sus ingresos. El espacio pequeño de las casas donde en su mayoría son familias grandes los asfixia, psicológicamente, físicamente, espiritualmente, por eso de una que otra forma tiene que invadir el resto de la ciudad buscando por donde respirar. Los encargados de los proyectos de interés social deben tener una proyección hacia el futuro que tenga en cuenta la base cultural, la vida social, porque lo que le interesa al negro es poder interactuar con el territorio de una manera espontánea.
H.C: ¿Qué le está pasando a Colombia en donde hay masacres en Cauca, Nariño, Samaniego, Itagüí, Cali y otros territorios?
V.M: Yo creo que Colombia ha pasado por hechos peores. Los que podemos transformar la realidad de este país somos los ciudadanos y cuando digo ciudadanos no me refiero solo al momento electoral sino cada día. Debemos dar una lucha decidida contra la violencia y esto empieza por entender de quién se está beneficiando de todo esto, porque el colombiano de a pie para nada. Por naturaleza el colombiano como ser humano ama la vida, respeta la vida, pero se encuentra pues infiltrado por influencias ajenas a él mismo colombiano. Yo diría que una de las soluciones sería volver a nuestra autenticidad y desde allí replantearse como país como sociedad.
H.C: ¿Qué opina usted del proceso que ha vivido Colombia después de firmado el proceso de paz?
V.M: El proceso tenía un arranque y este no solo se dio en el gobierno de Santos, Colombia siempre ha buscado la paz. Los diálogos que se dieron en La Habana creo que generaron por lo menos una ficha técnica, un abc hacia el fin del conflicto.
La primera falla del proceso fue querer primero burocratizados para luego implementarlos y en este ejercicio de quererlo burocratizados todo, entonces se infiltró el componente político que llevó todo el piso. Prácticamente en este momento no hay una agenda de implementación de los acuerdos de paz a mi manera de ver. Lo que hay son intereses políticos que se acomodan o se ajustan a los componentes de esta agenda que convenga políticamente pero que no comprenden.
Entonces podemos ver el recrudecimiento de la violencia. El agite generalizado del movimiento social es un indicador claro de que si algo se está haciendo no solo se está haciendo mal, sino que está provocando más violencia. Yo miro con esperanza que algún día volvamos a atrevernos a caminar hacia la paz.
H.C: Después del proceso de paz podemos ver que Colombia no ha llevado un proceso que permita establecer una narrativa nacional en común sobre el conflicto armado ¿por qué es importante en un país en Cali el ejercicio de memoria?
V.M: El problema en Cali actualmente, es que el presente es tan preocupante, que ya la memoria histórica casi que pasa a un segundo lugar. La población negra sigue haciéndose la misma pregunta que se está haciendo desde la esclavitud ¿cuál es el destino?
La memoria histórica debería nutrir la mente para luego proyectar hacia el futuro, sin embargo, aquí estamos en un escenario tan violento, con tanta discriminación que el futuro solo es una ilusión y el pasado de violencia parece ser eterno, además de un empobrecimiento perpetuo. Hay un silencio y miedo inmenso por lo que estamos viviendo ahora, con el asesinato de líderes sociales.
Debemos saber que además hay toda una apuesta no sólo para obstruir el proceso de la memoria histórica o por lo menos garantizar su integridad y su transparencia, sino que hay un silenciamiento que de manera sistemática. Colombia no quiere conocer la verdad, no quiere enfrentar este pasado porque todavía estamos allí ligados y la mejor manera de acallar es refrescar los hechos violentos.
H.C: ¿Usted qué piensa de la justicia que se está aplicando en el caso de los cinco jóvenes asesinados de Llano Verde?
V.M: El primer responsable en este caso es el Estado que le corresponde garantizar el cumplimiento de los derechos humanos. La justicia punitiva sirve para señalar a quienes apretaron el gatillo, pero está también la versión de las madres de las víctimas y de quienes realmente conocen el contexto ponen en duda la captura de los detenidos, aunque fueran los responsables materiales no queda claro la ingeniería detrás, entonces estas capturas dejan muchas dudas.
Cuando dicen que los muchachos fueron asesinados por comer caña, como se relaciona este argumento con Samaniego, con Itagüí. Hay una lógica detrás de esas masacres que supera cualquier ideología local, hay una cosa que ojalá se pueda descubrir en algún momento, porque hoy estamos en una situación donde uno no sabe dónde va ocurrir la siguiente masacre.
Hay una señal que se está enviando no sabemos de quién y hacia quien, pero hay una transición que estaría dando que antes sería sólo asesinatos de líderes sociales, se quiere colocar otro componente o para que hagamos una lectura diferente o para que sepamos que efectivamente sepamos que el tema del proceso de paz, ya se estanca.
H.C: Sabemos que en medio de la situación que vive el oriente también se presentan procesos de resiliencia ¿Nos podría hablar de ellos?
V.M: Las comunidades que viven por el oriente de Cali han pasado por tantas situaciones de decepción, de desesperación y situaciones violentas que ya van configurando maneras conscientes o inconscientes de la resiliencia, más que una resiliencia bien trabajada, lo que yo veo es resignación. Ya aprendieron a vivir en medio de las dificultades, como dicen aquí están dispuestos a “darle el pecho al viento”.
Hay una cultura generalizada de una resiliencia que se ha ido construyendo con base a que el simple hecho de que podamos estar vivos de ponerme de pie y salir de esta casa ya es un gesto, un voto de confianza de que todavía me queda un día más de vida.
Por otra parte, la festividad caracteriza el oriente, a través de la fiesta de encuentros deportivos, de grupos teatrales, de danza, de algunas micro pedagógicas, de clubes es una forma de mitigar tanto sufrimiento, una fuga para olvidarse, aunque sea por un instante la realidad que se debe enfrentar.
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