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Mujeres indígenas: tejiendo sororidad

tejiendo indigena

Ilustración: Helena Rodríguez Vargas

La Colonia Caucana, como grupo, no solo es un espacio para el rescate de los usos y costumbres de las distintas etnias que ahí convergen, sino que su lucha también es por la coexistencia con los habitantes de Cali porque a través de ella, también hace evidente su apuesta social, económica y política como organización que pertenece al movimiento indígena colombiano. Es decir, no solo se trata de saber que los y las indígenas existen, sino que hacen parte activa de la estructura social colombiana 

Junio 1 - 2020

Por Laura Cruz

Diferentes lenguas, distintas montañas, colores de banderas que generan contrastes. Criadas en diferentes paisajes, nada en común en sus apellidos, nacieron en pueblos diferentes, pero tienen una misma madre: la Pacha Mama; con la misma sangre: la Indígena.

Tres mujeres indígenas del Cauca, Popayán y Chocó, tuvieron que desplazarse hace varias décadas a la capital de la salsa y el asfalto, dejar sus madres para convivir con patronas, cambiar los desayunos del campo por alimentos procesados, silenciar sus lenguas para hablar un idioma impuesto por los españoles y por un mercado económico que cada día es más voraz. Sin embargo, gracias a su resistencia y a la sororidad lograron conservar sus costumbres, el amor por su tierra y el orgullo de decir: "yo soy indígena".

Ana Libia Gueito, líder indígena nos abre las puertas de la Colonia Caucana, en el barrio Cañaveralejo. Ella llegó a Cali cuando apenas entraba a la adolescencia. Su resguardo siempre ha estado ubicado en Cerro Tijeras, solo que a medida del tiempo su población se ha desplazado a la urbe por los constantes enfrentamientos entre grupos al margen de la ley y a la inoperancia de la fuerza pública, que muchas veces también es victimaria. Además en Suárez se maneja una economía reducida a la minería, las areneras, el cultivo de la hoja de coca y el trabajo en la represa la Salvajina, en este contexto han habido muchas violaciones a los derechos humanos, la salud, el trabajo y la educación que en mayor medida afecta a las mujeres.

"Llegué a Cali cuando tenía quince años a una casa de familia en el barrio San Fernando donde violaban todos mis derechos. Cuando querían me pagaban, tenía que comer al lado del perro. Fue muy duro cuando al desayuno tenía que comer cereal, fue demasiado abrupto el cambio del territorio a la ciudad. Como yo estaba sola, descubrí que no tenía quien hablara por mí, entonces comencé a leer, a investigar y ahorrar para terminar mis estudios".

Ana Libia Gueito estudió enfermería e instrumentalización quirúrgica. Así resolvió, en parte, su situación económica. Sin embargo, ella no solo pensaba en conseguir dinero, sino en ayudar a las mujeres indígenas que debían enfrentar violencias sistemáticas por el solo hecho de ser mujeres, además de la discriminación por ser indígenas y pobre. Eso la llevó a ayudar a quienes llegaban al hospital y que, en muchas ocasiones eran atendidas sin tener en cuenta el enfoque diferencial. Logró un empalme partiendo de las costumbres de ellas, sin dejar a un lado los cuidados médicos: la citología, el control materno y la asistencia a la hora del parto. Esta labor dio como resultado que disminuyera la tasa de mortalidad infantil en su comunidad, además se redujo la violencia ginecobstétrica.

Las primeras labores las realizó en el barrio Los Chorros, donde han llegado la mayor parte de los indígenas en situación de desplazamiento, desde allí ha trabajado para empoderar a las mujeres de la comunidad. "Después de haber pasado por diferentes situaciones, me di cuenta que las indígenas sufrimos muchas discriminaciones por el hecho de ser mujeres, de pertenecer a una población étnica y también por estar empobrecidas. Entonces decidí que podía ayudar a muchas mujeres que vienen del territorio a la ciudad y que vienen de enfrentar violencia, y aquí también pasan por una serie de violaciones de derechos de humanos, como el derecho a trabajar, ya que como empleadas domésticas son sometidas a discriminaciones y no se les respetan sus derechos. Por eso consideré importante empoderarlas; y eso solo se hace en gran parte por medio de la educación"

En el 2019 nace la Colonia Caucana, que no repara ni en etnias ni condición social a la hora de integrar gente a su colectivo. La colonia agrupa a noventa familias víctimas del conflicto armado, que no han recibido ningún tipo de reparación. El objetivo de este proyecto es evitar que los derechos humanos de estas personas sean vulnerados, empoderar a las mujeres y luchar contra el sistema para que no les arrebate sus costumbres. Dentro de los convenios que han llegado a esta comunidad se encuentra el de la Fundación Técnico Laboral Ceci, que les ha otorgado diferentes becas, para que muchas indígenas estudien técnico laboral de primera infancia.

Yolanda Quilcue, del resguardo indígena de Vitocon, Tierra adentro municipio de Páez, quien llegó desplazada por grupos al margen de la ley hace más de 20 años de Popayán, se sigue capacitando sobre derechos humanos. Sus comienzos en Cali fueron como empleada doméstica, en una casa del barrio San Fernando, donde le daban un trato distinto y la miraban diferente por ser indígena.

"A los doce años nos tocó salir prácticamente nómadas, no sabíamos español. En el territorio no podíamos estudiar, porque mi padre nunca estuvo de acuerdo con que una mujer se capacitara. Yo respeto mucho a las autoridades indígenas,pero hay muchas cosas las cuales yo no comparto, cuando hay proyectos muchas veces no son visibles por cuestión de dinero; ahora todo se volvió económico".

Quilcue es indígena, partera, sobandera, madre de cuatro hijos, y defensora de derechos humanos. No entiende cómo en pleno siglo XXI se presentan violaciones sistemáticas de derechos humanos a la población indígena. Por ejemplo, la precarización laboral que sufren las empleadas domésticas o trabajadoras del hogar, ya que los empleadores aprovechan que la mayoría de trabajadoras viven en condición de pobreza extrema, para contratarlas por días, obligándolas a cumplir horarios desfasados sin que en la mayoría de los casos se les paguen el salario mínimo sin ningún tipo de prestación o auxilio.

La defensora de derechos humanos ha trabajado este tipo de discriminaciones en aras de que las comunidades indígenas comiencen a conocer sus derechos y paren esta violencia que sufren por pertenecer a una etnia. Quilcue dice que la resistencia comienza con pequeños actos como hablar Páez en el bus, seguir vistiéndose con los atuendos de su comunidad, criar a sus hijos bajo las costumbres indígenas y decir: "con el corazón y la frente en alto, yo soy indígena".

Miguelea Chirimía Ismare, pertenece a la comunidad Wounaan del Chocó y es artesana. Hace ocho años a raíz de la violencia en su territorio tuvo que desplazarse a la Sultana del Valle. Actualmente, vive en la comuna 20 en el sector de Mónaco, donde muchos indígenas han llegado por el área geográfica y cultural. Miguelea y yo apenas nos entendemos, esto porque en las universidades prefieren enseñar inglés que alguna de nuestras lenguas nativas que son más de 65 lenguas y están desapareciendo. Lo único que logré comprender fue: "Aquí nosotros no podemos sembrar en la tierra, en el territorio no era así; aquí toca buscar plata".

Chrimia tiene una sonrisa discreta. Habla el idioma puro Wounaan. Es tímida, pero cuando debe hablar de la situación de sus ochos hijos sube el tono. Trabaja como artesana, pero sus recursos no le alcanzan para sobrevivir. Hace parte de las 46 familias que viven en el barrio Mónaco y el Estado no les garantiza agua potable, ni cuentan con un hogar digno. Dentro de las violaciones de derechos también se encuentra el derecho a la educación, ya que ningún colegio de la zona, cuenta con el enfoque diferencial étnico, por lo que sus hijos no tienen acceso a la educación. Desde la Colonia Indígena los han ayudado a entutelar y han pedido ayuda a la alcaldía en varias ocasiones, pero la respuesta es la misma: el silencio. 

Estas tres mujeres, si bien reflejan la brecha de desigualdad a la que nos hemos acostumbrado a vivir en Colombia, también son un ejemplo de la fuerza y entereza que está impregnada en cada una de ellas por sus ancestras. La Colonia Caucana quiere ser un espacio para la capacitación en derechos y para romper las desigualdades que las mujeres viven en el territorio y en la ciudad.

La Colonia Caucana, como grupo, no solo es un espacio para el rescate de los usos y costumbres de las distintas etnias que ahí convergen, sino que su lucha también es por la coexistencia con los habitantes de Cali porque a través de ella, también hace evidente su apuesta social, económica y política como organización que pertenece al movimiento indígena colombiano. Es decir, no solo se trata de saber que los y las indígenas existen, sino que hacen parte activa de la estructura social colombiana.

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