La Justicia de Lorica - Córdoba se asila en Nueva York
Segunda entrega de la serie: Víctimas de la violencia y el conflicto en Colombia, en la que conocemos el caso de una jueza que trabajaba en Lorica - Córdoba, pero que debió abandonar el país para salvar su vida. Dejó atrás todo lo que había construído, incluída su profesión pues en Estados Unidos no puede ejercer. Para subsistir ha tenido que hacer un poco de todo. Tres años después de llegar a Nueva York, aún se siente una extraña, una rueda suelta.
La Justicia de Lorica-Córdoba se asila en Nueva York
Noviembre 19-2014
Ilustración por: AndréS L Sandoval
Diseñador Gráfico
www.janlopssandoval.blogspot.com
Por Ximena Vélez
Ella va en el tren, considera que la conversación puede servirle de terapia cuando cae en cuenta de que no ha recibido ningún tipo de ayuda psicológica. Tres años y varios meses estrellada en un territorio lejano, con un idioma extraño, un clima distinto, un trabajo diferente y como rueda suelta en Nueva York desde Lorica, Córdoba – Colombia.
Obligada a abandonar su país de origen tras una amenaza de muerte, se cuestiona si lo de ella es un dolor grave, piensa que lo que siente no es nada comparado con las personas que han sufrido una masacre o una violencia distinta, pero aún así lo siente, le duele y cuenta los días para tomar las riendas de su vida. "Era una bomba de tiempo, pasé de ser una funcionaria que protegía la comunidad a ser una amenaza" La jueza recuerda el momento en el que los más amigos se alejaron, cuando escuchaba a sus escoltas decir que a sus esposas les preocupaba que ellos cuidaran a la jueza amenazada o cuando en el lugar donde vivía, se estaba organizando una solicitud para pedirle que se fuera porque la consideraban una amenaza, y sin culparlos nombra el desamparo en el que quedó y los muchos intentos que realizaba por reconstruir las escenas donde lograra entender quién o quienes querían atentar contra su vida.
El 3 de Marzo del 2011, recibe en la oficina un paquete con el que le advierten que tiene 15 días para salir del municipio, una amenaza de muerte, una intimidación para sus familiares e inmediatamente se convierte en el blanco de cualquier atentado. Después de recibir el sufragio, a esta juez penal del Circuito de Lorica, en Córdoba, le cambia la vida. La angustia se apodera de ella y el miedo de salir a la calle la lleva caminar con pasos rápidos cualquier trayecto, del lugar donde residía a su despacho era una distancia corta pero recuerda como le tocaba acelerar sus pies y correr con el computador entre sus manos junto con los escoltas que la acompañaban.
Se movía día y noche con 12 agentes de la Policía. Dejó a un lado las horas de sueño para armar en su cabeza un rompecabezas, una pista que le diera el indicio del porqué de sus amenazas. En ese momento eran tantos los casos que manejaba relacionados con homicidios cometidos por las bandas criminales, 'los Paisas', 'los Rastrojos' y 'las Águilas Negras, casos sobre procesos contra la Administración Pública y delitos sexuales, que ninguno y todos era posibles, ahora en la lejanía de aquel lugar con la mente despejada piensa distinto.
Me voy
Mientras pasaban los días, permanecía esperanzada en la reubicación, una vez conoció la amenaza le había solicitado a sus superiores el traslado pero no recibió respuesta oportuna y decidió renunciar, pero definitivamente fue el asesinato de Gloria Constanza Gaona Rodríguez, la Juez penal que llevaba el caso de los tres menores asesinados en el municipio de Tame, Arauca, el detonante para huir en búsqueda de asilo.
La juez de Arauca ahora estaba muerta, ella no quería morir ni hacer parte de los 307 asesinatos a funcionarios y empleados de la rama judicial y fiscalía que han sido registrados en los últimos 15 años por el Fondo de Solidaridad con los Jueces Colombianos, FASOL. Asegura que aunque no la conocía sintió el dolor como si fuera de su propia familia, ahora pregunta por ella y lo poco y nada que se ha mantenido conectada con el caso muestra noticias desalentadoras que no evidencian avances en el proceso, por lo contrario se reflejan trabas y turbias explicaciones a un caso que puede pasar al olvido y de nuevo se desanima.
A mediados del 2011, la jueza penal del circuito, emprendió un vuelo con sus ahorros a la Capital del mundo, donde la tranquilidad le iba a permitir recobrar sus horas de sueño y donde el anhelo de seguir impartiendo justicia en la distancia podía ser real. Llegó sola, a la expectativa de un asilo y con la seguridad de continuar viva, ambas han sido concedidas: en abril del 2012 obtuvo el asilo político y aún respira, pero la travesía de estar en un país lejano le ha costado lágrimas, días de soledad y largos recorridos en tren mientras el frio congela sus recuerdos.
Una Metrocard y una suma de dinero que no asciende a 250 dólares fue el subsidio que recibió durante tres meses, las fundaciones y organizaciones recomendadas para su adaptación no le proporcionaron ayuda psicológica y el tiempo para reflexionar se fue, no alcanzó asimilar el momento en que partió y el lugar donde ahora se encuentra. Esta jueza, que estudió en la universidad Libre de Barranquilla, no ha logrado conseguir un trabajo que le recuerde su título profesional.
Mientras su voz se quiebra relata que lo que más le ha resultado traumático es quedar a la suerte, la indolencia de la misma identidad, la falta de una respuesta, el rompimiento de sus raíces, no poder volver en muchos años a Colombia, la reubicación que nunca llegó, la falta de compromiso ante su situación, el no tener respaldo de nadie ni de nada, el tener que ver día a día su profesión guardada en el cuarto de sanalejo mientras sale a buscar trabajo en lo que resulte.
Las personas que llegan en su misma situación provienen de diferentes lugares pero el trato es general, las entidades orientadoras les explican cómo aplicar a vacantes, ninguna con su perfil claro está. Los oficios varios son la primera opción y la barrera principal es el idioma, es por eso que cuenta cómo se encuentra cara a cara con la injusticia y burocracia en la distancia. Hace un tiempo logró una beca para estudiar inglés en un instituto reconocido donde le solicitan una carta de respaldo pero cuando fue en busca de ella, le fue negada sin una explicación clara y de nuevo se siente impotente, frustrada y cuestionando si la decisión del asilo fue correcta.
Tres años y 5 meses después, los ahorros se han terminado, la barrera idiomática persiste pero ha ido aprendiendo inglés poco a poco en institutos gratuitos y otros que ella misma ha costeado, ha limpiado y trabajado en los diferentes empleos que hace todo el mundo cuando llega a un país extranjero. Colombia cada vez se le hace más lejana y definitivamente el dolor la invade cuando recuerda a su vieja, la abuela de 83 años de edad con la que se le dificulta hablar y hacerse escuchar por el problema de oído que la aqueja, el no verla ni consentirla, no ser ella quien la cuide como alguna vez ella lo hizo y el dilema de estar sin su ser más querido por miedo a perderla y sentirla perdida por lo lejos que encuentra.
Ella, la jueza que huyó a tantos kilómetros de distancia para salvar su vida, extraña ser una profesional, ejercer su carrera y ser la esperanza de justicia que fue para muchos. Ahora ve perdido el esfuerzo con el que pagó su carrera por medio del Icetex y manifiesta que las personas que la amenazaron no saben el daño que le causaron, le ha tocado soportar gritos mientras le realizan un pedido, tratos inapropiados y de nuevo la impotencia la invade "tan solo quien lo vive lo entiende" asegura mientras se siente como una rueda suelta en Nueva York.
Fuente: Banco de datos Fondo de Solidaridad con los jueces colombianos
Víctimas de la violencia y el conflicto: primera parte
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