“Todos los días me pregunto: ¿qué pasó?, ¿por qué?” Después de tres años y cinco meses, Ruby se sigue preguntando con obstinación “¿Quién le arrebató al menor de sus hijos? ese 11 de agosto del 2020, el día de la masacre que hoy recordamos como “los cinco de Llano Verde”. Las víctimas fueron : Álvaro José Caicedo, Jair Cortés, Josmar Jean Paul Cruz, Luis Fernando Montaño y Léider Cárdenas.
El hijo de Ruby se llamaba Jair Andres Cortés, llevaba el nombre de su padre. Era el menor, le gustaba el fútbol, tenía 14 años y seis hermanos. Estaba en séptimo grado. Tenía prohibido ir al cañaduzal.
“A veces yo veía que llegaba con los pies sucios, quemados. Yo lo regañaba y le llamaba la atención. Me decía: ´no má, eso fue hasta ahí no más que fuimos a comer la caña.´ Y yo: no, no, no y no. Pero a ellos les gustaba aquí, aquí en la puntica”, dice Ruby.
Según testimonios que recoge el libro Construcción de Paz en Llano Verde, ese día los jóvenes caminaron mucho más en el cañaduzal, porque habían cortado las cañas. Ese día eran las siete y los pelados no llegaban. Fueron al CAI y les dijeron la frase ya hecha de la mayoría de policías, “hay que esperar 72 horas”.
Los padres de los jóvenes, entre ellos Ruby, no esperaron. ¿Cómo esperar si eran unos niños que no se quedaban por fuera de la casa nunca?. “Todo estaba oscuro, no teníamos linternas (uno que otros llevábamos celular), entonces con esa oscuridad y así nos fuimos, a ciegas prácticamente a buscar a nuestros hijos, hasta que llegamos a una casa blanca”.
En esa casa, dice Ruby, los atendieron de forma displicente y en medio de un coro estridente de perros que ladraban. “Mi hijo mayor de alguna manera sintió a su hermano y se fue al interior del cañaduzal”. Mientras se adentraba en la oscuridad del lugar, vieron que venían dos motocicletas de Policía que fueron hasta la casa blanca y se devolvieron, les contaron el caso y su respuesta fue que esperaran ahí. Nadie esperó nada, todo el mundo salió detrás de ellos sin importar la oscuridad ni los perros.
Luego, todos empezaron a gritar: “Jair, Alvaro, Josmar, Luis, Leider” pero no hubo ninguna respuesta hasta que alguien dijo “amá.”
“Nosotros respondimos: ¡por aquí están, qué alegría, aquí están, por aquí están!, ¡ay, Dios mío!, ¡Ya nos íbamos a meter a ese cañaduzal, cuando empezamos a escuchar llantos, los llantos, los llantos. ¿qué pasó?, me preguntaba a mí misma.”
Lo siguiente con lo que se encontraron las familias de los jóvenes, fue que en el lugar estaba la Policía junto con dos personas que cargaban un machete, que aún no se sabe quiénes eran.
“Envolvimos a nuestros hijos. Estaban ahí degollados… Yo volteé a Jaircito, que estaba en el suelo, muerto, y lo primero que hice fue alzar la pantaloneta para ver si tenía sus partes íntimas. A los niños les habían quitado las camisas, todos estaban sin camisas, el único que tenía la camisa puesta era Jaircito. Jaircito… él andaba de blanco ese día. A los niños los habían golpeado, los maltrataron mucho” asegura Ruby.
Muchas de las familias de los jóvenes que fueron al cañaduzal, aún después de cuatro años no pueden dormir con las luces apagadas, porque apenas se apagan vuelve el miedo. Aunque no se ha repetido una masacre como la del año 2020, a los jóvenes de Llano Verde los siguen asesinando.
“En este momento no sabemos qué hacer porque día a día están reclutando nuestros jóvenes, nuestras chicas están metidas en la prostitución debido a que no tienen apoyo económico, oportunidades de capacitarse. No vamos a tapar el sol con un dedo, hay otros jóvenes que no quieren nada de esto, pero hay muchos que quieren salir, quieren avanzar.”