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Reportajes

Llano Verde: dolor y resiliencia al Oriente Parte 4

Portada tomada de ilustración elaborada por la ilustradora MAPA para la Fundación NOMADESC

Mayo 20 – 2024

Por Laura Cruz  

Empezamos este reportaje nombrando a los cinco muchachos que fueron asesinados en agosto de 2020 y que formaban parte de la comunidad del barrio Llano Verde: Álvaro José Caicedo, Jair Cortés, Josmar Jean Paul Cruz, Luis Fernando Montaño y Léider Cárdenas.

Hoy recordamos a las víctimas y tratamos de entender qué es Llano Verde, sus dinámicas sociales, sus luchas, las violencias, su cultura, esto a través de cuatro mujeres; una madre que recuerda y reivindica el dolor, una joven líder que repite el nombre de sus amigos muertos para que así sea por un segundo vuelvan a vivir en la palabra, una mujer negra del después de ser desplazada se hizo abogada, y una docente que humaniza la academia. 

“Con la oscuridad llega el miedo otra vez”

Encontrarse con los ojos de Ruby es como ver el ocaso desaparecer en el horizonte, son de una luz triste. Ruby Cortes Castro hace muchísimas cosas: trabaja por la comunidad, para la familia e intenta no olvidar y a la vez hacerlo. “A mi me gusta mucho trabajar con los adultos mayores. Dialogar con los jóvenes que están en una situación de consumo, profundizar en el porqué lo hacen, cuál es la necesidad que tienen. También me gusta trabajar con niños.” 

Quizás por esa razón llegó a trabajar a Afrodes,  después de que uno de sus hijos le contó de la fundación. Allí lleva varios años acompañando procesos, al lado de su comadre Erlendy. Una de las principales labores de Ruby es el diálogo con los jóvenes. “Fuera de eso, estamos al pendiente de que día a día esto mejore”. 

Antes de vivir en Llano Verde, Ruby vivía en Sardi ( un asentamiento en el barrio Charco azul, al oriente de la ciudad) y antes en Mojica y antes en Tumaco, Nariño. “Yo tenía 14 años cuando llegué a Cali. Nos vinimos porque los dueños de lo ajeno nos quitaron de nuestro territorio, nos despojaron de nuestras casas. Al principio  vivía  con mi abuelita”. 

En Charco Azul vivió diez años, para ese tiempo ya había sido madre. Al principio vivía en casas alquiladas, pero después logró tener un lugar. Sin embargo, la ola invernal obligó a que las familias del sector fueran ubicadas en un proyecto que llevó como nombre Plan Jarillón. 

El día que llegó al barrio todo fue felicidad, la casa era muy diferente a la de su ranchito de Sardi. “Cuando llegamos, me acuerdo tanto, que la primera noche yo no dormí esperando que lloviera  para ver si caían goteras,¡ay Dios mío!, me dije, quiero ver si cae agua por el techo o alguna gotera para ir corriendo a  colocar la ollita. Fue una emoción muy grande, le agradecí mucho a Dios por darme esta vivienda, a pesar de que no estuviera en las condiciones adecuadas. Yo ya tenía a mis siete hijos así que la felicidad fue muy grande”. 

Sin embargo, con la alegría también vinieron los problemas. Cuenta Ruby.   

“Yo voy con esa alegría, meto la llave, se abre la puerta y veo por dentro.  No, esa no es mi casa, se equivocaron” Me devuelvo y le digo al señor: Yo tengo un hijo que es discapacitado y a mí me dijeron que nos iban a entregar las viviendas adecuadas para las personas discapacitadas

  • Esa es su vivienda, esta es su casa  ¿Usted es Ruby Cortes Castro? A usted le pertenece esta llave”.  
  • Yo digo “No, es que no es.” Pero él insiste 
  • “Esa es su casa señora, no hay más, lo toma o lo deja,  así de sencillo.

 Esta fue la respuesta que le dio un funcionario de la Alcaldía a Ruby cuando le entregaron su casa cuando reclamó.

“¿Qué podía hacer? si mi rancho en Sardi ya me lo habían tumbado. Porque donde no me lo hubiesen tumbado yo me devuelvo, yo me devuelvo pero ¿Qué podía hacer?”. 

Debían subirlo todos los días, lo cual era un desgaste físico para toda la familia, pero además, descubrieron que el barrio tenía otros problemas.  

Cuando entregaron Llano Verde  no había Centro de Desarrollo Infantil (CDI) ni  colegios. Hoy uno de los principales problemas es que muchas de las casas no tienen energía y el único punto para tener luz son los Ganes y si no hay Ganes, no hay luz.  

Sumado a esto, Llano Verde lleva diez años sin transporte público por lo que a sus habitantes les toca caminar veinticinco minutos para llegar a la  Avenida Simón Bolívar, que es la última vía grande del oriente de Cali y da acceso al sistema de transporte integrado Mío. Frente al parque principal del barrio estacionan uno o dos jeepetos —como se les dice a los camperos—, que transportan gente hacia otros barrios del oriente, pero nunca hacia otros sectores de la ciudad. Por eso, muchos de sus habitantes dicen estar confinados, aislados socialmente y desconectados con el resto de la urbe.

“Tuve siete hijos y ahora sólo seis”

“Todos los días me pregunto: ¿qué pasó?, ¿por qué?” Después de tres años y cinco meses, Ruby se sigue preguntando con obstinación “¿Quién le arrebató al menor de sus hijos? ese 11 de agosto del 2020, el día de  la masacre que hoy recordamos como “los cinco de Llano Verde”. Las víctimas fueron : Álvaro José Caicedo, Jair Cortés, Josmar Jean Paul Cruz, Luis Fernando Montaño y Léider Cárdenas.

El hijo de Ruby se llamaba Jair Andres Cortés, llevaba el nombre de su padre. Era el menor, le gustaba el fútbol, tenía 14 años y seis hermanos. Estaba en séptimo grado. Tenía prohibido ir al cañaduzal. 

“A veces yo veía que llegaba con los pies sucios, quemados. Yo lo regañaba y le llamaba la atención. Me decía: ´no má, eso fue hasta ahí no más que fuimos a comer la caña.´ Y yo: no, no, no y no. Pero a ellos les gustaba aquí, aquí en la puntica”, dice Ruby. 

Según testimonios que recoge el libro Construcción de Paz en Llano Verde,  ese día los jóvenes caminaron mucho más en el cañaduzal, porque habían cortado las cañas. Ese día eran las siete  y los pelados no llegaban.  Fueron al CAI y les dijeron la frase ya hecha de la mayoría de policías, “hay que esperar 72 horas”.

Los padres de los jóvenes, entre ellos Ruby, no esperaron. ¿Cómo esperar si eran unos niños que no se quedaban por fuera de la casa nunca?. “Todo estaba oscuro, no teníamos linternas (uno que otros llevábamos celular), entonces con esa oscuridad y así nos fuimos, a ciegas prácticamente a buscar a nuestros hijos, hasta que llegamos a una casa blanca”. 

En esa casa, dice Ruby, los atendieron de forma displicente y en medio de un coro estridente de perros que ladraban. “Mi hijo mayor de alguna manera sintió a su hermano y se fue al interior del cañaduzal”. Mientras se adentraba en la oscuridad  del lugar, vieron que venían dos motocicletas de Policía que fueron hasta la casa blanca y se devolvieron, les contaron el caso y su respuesta fue que esperaran ahí.  Nadie esperó nada, todo el mundo salió detrás de ellos sin importar la oscuridad ni los perros.  

Luego, todos empezaron a gritar: “Jair, Alvaro, Josmar, Luis, Leider”  pero no hubo ninguna respuesta hasta que alguien dijo “amá.”

“Nosotros respondimos: ¡por aquí están, qué alegría, aquí están, por aquí están!, ¡ay, Dios mío!, ¡Ya nos íbamos a meter a ese cañaduzal, cuando empezamos a escuchar llantos, los llantos, los llantos. ¿qué pasó?, me preguntaba a mí misma.” 

Lo siguiente con lo que se encontraron las familias de los jóvenes, fue que en el lugar estaba la Policía  junto con dos personas que cargaban un machete, que aún no se sabe quiénes eran.

“Envolvimos a nuestros hijos. Estaban ahí degollados… Yo volteé a Jaircito, que estaba en el suelo, muerto, y lo primero que hice fue alzar la pantaloneta para ver si tenía sus partes íntimas. A los niños les habían quitado las camisas, todos estaban sin camisas, el único que tenía la camisa puesta era Jaircito. Jaircito… él andaba de blanco ese día.  A los niños los habían golpeado, los maltrataron mucho” asegura Ruby.  

Muchas de las familias de los jóvenes que fueron al cañaduzal, aún después de cuatro años no pueden dormir con las luces apagadas, porque apenas se apagan vuelve el miedo. Aunque no se ha repetido una masacre como la del año 2020, a los jóvenes de Llano Verde los siguen asesinando.  

“En este momento no sabemos qué hacer porque  día a día  están reclutando nuestros jóvenes, nuestras chicas están metidas en la prostitución debido a que no tienen apoyo económico,  oportunidades de capacitarse. No vamos a tapar el sol con un dedo, hay otros jóvenes que no quieren nada de esto, pero hay muchos que quieren salir, quieren avanzar.” 

“Sigo acá por él”

Con la oscuridad llega el miedo otra vez. Es un miedo que se siente en cada rincón de Llano Verde, un miedo que se ha arraigado en el alma de quienes han perdido a sus seres queridos. Ruby lo sabe demasiado bien. Sus ojos, como el ocaso desvaneciéndose en el horizonte, reflejan esa triste luz que acompaña al recuerdo de los cinco pelados: Álvaro José Caicedo, Jair Cortés, Josmar Jean Paul Cruz, Luis Fernando Montaño y Léider Cárdenas. Cada nombre pronunciado es un eco de vida y de dolor, una súplica silenciosa para que el mundo no olvide la tragedia que envolvió a esta comunidad.

“No podemos dormir con las luces apagadas”

En este torbellino de emociones y recuerdos, Ruby se aferra a la esperanza. A pesar del miedo, sigue adelante, trabajando incansablemente por su comunidad, por sus hijos y por el legado de aquellos que ya no están. Su historia es un testimonio de resiliencia y lucha, una luz de esperanza en medio de la oscuridad. Aunque las sombras del pasado persisten, Ruby se niega a rendirse, llevando consigo la memoria de los que se fueron y la determinación de construir un futuro mejor para aquellos que aún quedan.

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