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Reportajes

Llano Verde: dolor y resiliencia al Oriente Parte 2

Portada tomada de ilustración elaborada por la ilustradora MAPA para la Fundación NOMADESC

Mayo 6 – 2024 

Por Laura Cruz  

Empezamos este reportaje nombrando a los cinco jóvenes que fueron asesinados en Cali, el 11 de agosto de 2020 y que formaban parte de la comunidad de Llano Verde: Álvaro José Caicedo, Jair Cortés, Josmar Jean Paul Cruz, Luis Fernando Montaño y Léider Cárdenas.

Recordamos a las víctimas y tratamos de entender qué es el barrio Llano Verde, sus dinámicas sociales, sus luchas, las violencias y su cultura a través de cuatro mujeres: una madre que recuerda y reivindica el dolor, una joven líder que repite el nombre de sus amigos muertos para que, así sea por un segundo, vuelvan a vivir en la palabra; una mujer negra de  Buenaventura  que se hizo abogada y una docente que humaniza la academia.  

“La importancia de no decir víctima si no sobreviviente”

Está sentada en una silla de plástico. Al fondo la cocina y un letrero que dice Afrodes. Hay muñecas negras, timbales, materiales para trabajar. En la sala de esta casa  hay más movimiento, más vida, de la que logro percibir este lunes festivo. 

“Yo creo que la mitad de mi vida se perdió”, me responde Erlendy cuando le pregunto. ¿Qué cree que ha perdido con el desplazamiento? Estamos en la que antes era su casa, en la que dejó de ser una nómada en el mismísimo oriente de la ciudad y descansar de tanto trasteo. En esa casa en la que le hicieron un atentado, hoy recibe a los jóvenes del barrio que forman parte de un proyecto denominado Afrodes.  

Tiene casi 50 años, dos hijos, ojos negros y transparentes como los ríos de su corregimento. Le ha hecho duelo a 14 familiares que la violencia le arrebató.  Llegó a Cali con 300 mil pesos. Su mejor amigo fue Bernardo Cuero Bravo y a Cuero Bravo lo asesinaron el 7 de junio de 2017.  Se tituló de abogada en la Universidad Católica. Es líder social, nombre meritorio y escrito a pulso con la labor que realiza en su comunidad. 

Erlendy nació en un lugar que está atravesado  por agua. Es un pequeño paraíso que hasta hace unas décadas  estaba lejos  de la violencia. El corregimiento 8 está ubicado a 45 minutos de Buenaventura, lo atraviesan varios ríos cristalinos como Sabaleta, San Marcos y Agua Clara. “De ese corregimiento sale el mejor chontaduro de Buenaventura”, mientras ríe. Erlendy Cuero Bravo nació allí en 1975. En una época en la que  no había violencia o ella no la recuerda, pienso, pero luego reflexiono: la violencia no se olvida. 

Su  familia siempre se dedicó al comercio del chontaduro. Esa fruta es una de las que más se exporta en el Valle del Cauca y ocupa un 70% de la producción agrícola en Buenaventura, según el Plan de Desarrollo Distrital (2020-2023)  Es, también,  el sustento de muchas familias que viven de la informalidad, casi un 63 % de la población bonaverense. La madre de Erlendy murió en un viaje en el que intentaba abrir más espacios de venta.  

Después de esa muerte, la vida de la niña y su familia cambió. Primero dejaron sus ríos, su ruralidad y se fueron a vivir al barrio Rafael Uribe Uribe de la comuna 12 en Buenaventura y en el que actualmente, según informes de la Policía, hacen presencia distintos grupos armados como los Chotas y Espartanos. La vida en el barrio Uribe Uribe comenzaba a tomar forma ya que estaban construyendo la casa que sería su hogar, sin embargo, en 1987, el padre de Erlendy fue asesinado de ocho tiros

“Desde la muerte de mi padre ocurrieron asesinatos sistemáticos en mi familia. El último fue el 1 de enero del 2024. Cuando desapareció un primo y pusieron a su madre a buscar el cuerpo. Mi familia ha perdido más de 14 personas, todas asesinadas de forma violenta en Buenaventura”. Erlendy, además de afrontar estas violencias y la orfandad, sobrevivió viajando entre Cali y Buenaventura: una nómada atrapada en el Valle.

“Después de la muerte de mi papá me sacaron de Buenaventura, pero yo no me amañaba, entonces me devolví. Yo parecía una cosa loca”. A los 18 decidió quedarse en Buenaventura, terminando de construir lo que sus padres dejaron. En ese tiempo logró algo de estabilidad y, además, tuvo dos hijos, la parejita. Para este tiempo los victimarios ya habían mudado de nombre:  ya no eran los paramilitares sino el frente 30 de las Farc, que lideraba, en ese entonces, alias Mincho.  

Mincho me mandó una carta diciendo que tengo que entregar mi propiedad a otra persona” y como Erlendy, que siempre ha sido picada a loca como le dice su hijo, le respondió “hijo de puta”, y que no, que eso era de su familia. Entonces, Mincho dio la orden de que le desbarataran la casa y en el año 2000 debió salir de Buenaventura, esta vez, con sus dos hijos. Luego fue muy difícil reparar las tierras porque las comunidades afros, en su mayoría, no tienen titulación, porque ellos mismos marcan los linderos de propiedades de este territorio. 

En pleno cambio de siglo, cuando la humanidad tenía la esperanza de un futuro mejor, Erlendy llegó desplazada “con una mano adelante y otra atrás” a  Puertas del Sol, un barrio de Cali. 

Como Erlendy, miles de familias desplazadas siguen llegando desde los departamentos de Nariño y Cauca. Según el registro Único de Víctimas (RUV), esta ha sido la realidad de 8 millones de personas que han sufrido de desplazamiento forzado interno desde hace más de un siglo y que supera a la población de Bogotá. 

Erlendy llegó donde un familiar que le dejó poner las cosas en un rincón de la sala y de allí en adelante recorrió el oriente a pie. Con los únicos 300 mil pesos que traía le alcanzó para pagar el primer mes de alquiler, después le cortaron los servicios. “No teníamos qué comer, y empezó mi suplicio de vida, complejo. Yo intentaba conseguir trabajo y nada”. 

Aunque en Puertas del Sol parecía que no había salida en términos laborales,  esto la empujó a dejar a su hija bajo el cuidado de la abuela, la solidaridad de la gente negra y mestiza son el otro lado de la historia. Su arrendataria, por ejemplo, le fiaba el alquiler y además le llevaba comida. “Ella es mamá Mirian, una señora que para mí ha significado mucho. Yo le debía el arriendo y ella salía y me buscaba comida también. Bien conchuda”, sonríe Erlendy mientras me cuenta que ella llegaba con bolsitas de arroz y con plátano. 

Esta fue sólo una parte de la lucha. Erlendy montó una miscelánea:“esa vaina se cayó porque era más lo que me comía que lo que vendía”. Trabajó en máquina plana y se iba a jornadas de aseo con Visión Mundial, ya que cambiaban trabajo por comida. Pero ese era sólo un frente de batalla, la de la madre, pero estaba el otro, la de activista; así que los fines de semana iba a reuniones, se capacitaba y aprendió el enfoque étnico y que los negros tenían sus propias luchas y  reivindicaciones.  

La llegada al barrio 

Al principio le afectó esa estigmatización por lo que muchas veces era reacia a hablar con los presidentes de las Juntas de Acción Comunal, pero con el tiempo y con el trabajo, comenzaron a conversar y crear tejido entre los habitantes de diferentes sectores.  

Uno de los primeros logros de Erlendy fue participar en varias comisiones con el Gobierno Local, fue el no ser  representados por un tercero y así poder incidir en la formulación de políticas públicas para la comunidad afro desplazada en la ciudad. El segundo fue conocer  Afrodes.   

Encuentro con Afrodes, reencuentro con las raíces

“En un viaje a Bogotá, en un evento al que van varias organizaciones, lo primero que hice fue identificarme con Afrodes. Y yo me digo: “qué chévere porque ellos hablan del sentir que yo tengo´. Me hicieron comprender lo que ha ocasionado el conflicto colombiano. Que el desplazamiento no es sólo mudarse, sino de quitarnos también la conexión con el territorio. Es dejarnos esa frustración de no encontrarnos con nuestro río, de no encontrarnos con esos rituales propios que utilizamos cuando alguien muere, de esas formas de solidaridad, del compartir”.  

Erlendy se vinculó con Afrodes en el 2012, trabajando como coordinadora en un programa de salud mental, donde quienes hacían las intervenciones tenían un modelo de atención de África y Pakistán, distintas a las tradiciones culturales de las comunidades negras de la ciudad. Allí Erlendy puso sus conocimientos para que la atención estuviera enfocada en las particularidades de las poblaciones de esos territorios. 

Elegida como vicepresidenta de AFRODES, Erlendy comenzó a ganar la confianza y ya con las bases se dijo; qué voy hacer. Tuvo que escoger entre psicología y derecho, pero un día en una conferencia, se encontró a Mary Grueso, quien le dijo “Mija, psicóloga no, váyase para derecho que a usted le gusta pelear y allí por lo menos va a tener herramientas que le ayuden a hacer el proceso en la formalidad y no quedarse solamente en las acciones de hecho”.

La única opción es delinquir

Cansa caminar hacia la utopía 

Cuando asesinaron a Bernardo Cuero Bravo, una pérdida que la acerca demasiado al dolor. Bernardo era Fiscal de Afrodes y un hermano para Erlendy. Se sentaban a hablar como niños y su plan a futuro era poner un buffet de abogados que se llamara Cuero y Cuero. Cuando ella iba a Bogotá y estaba atravesando por una situación de inseguridad crítica, Bernardo se alojaba en el mismo hotel, en una habitación delante de ella y a Erlendy le daba el cuarto de atrás, como una forma de protegerla. “Él decía, antes que me la toquen a ella primero me tienen que matar a mí”.  

“Le propinaron siete tiros y dije, ¡Dios qué hago! Eran las ganas de retirarme de este proceso, de salir corriendo del país; era decir ya no puedo más, pero sabía que él y yo teníamos una promesa que cumplir y dije que esto tiene que seguir, entonces primero era terminar de estudiar y pensé:  si muero , esto simplemente queda allí”.

La violencia que no para

Un camino de relevos generacionales

Hasta que Erlendy lo dijo de la manera más clara: “yo hoy tengo un compromiso con el proceso: no lo dejaré mientras esté viva. Si me muero las fuerzas que yo tengo serán para ustedes y esto es a veces duro, pero necesitamos dejar enseñanzas antes de irnos”. Así nace el semillero Afrodes.  

Mientras converso con Erlendy, nos encontramos en las que era antes su casa y hoy es la sede de Afrodes.  Allí se reúnen algunos jóvenes del barrio para capacitarse, para aprender sobre derechos, sobre cómo exigirlos y también se reencuentran con sus historias de supervivencia que es al tiempo la historia negra. Entre los jóvenes que van se encuentra Alejandrina Falquez Sinisterra.  

“Tener a Alejandrina coordinando el semillero para mi es un descanso. Dice mientras la mira con una luz de orgullo. Ella es como una versión mía, ella también es fuerte”. Ella creó semillitas y ahora esparce el legado de Afrodes entre los niños de la comunidad. Alejandrina sale un momento para comprar todos los ingredientes con los que preparará un tapado típico del Pacifico, el pescado y todo lo demás lo encuentran en el barrio, porque Llano Verde es un pacifico pequeñito. 

Le preguntó a Erlendy ¿qué es lo más difícil de la situación que vive Llano Verde? 

Lo más grave es que si la gente negra no se organiza, no lucha por sus derechos, estarían retrocediendo de nuevo a la esclavitud. 

“Hoy las formas de esclavizarnos son otras, como meter drogas a estos sectores, enloquecernos, y es el extermino de matarse unos a otros. Mátense que ustedes no son gente. ¿Cómo es posible que entre nosotros siga pasando esto?, con tanto de lo que hemos vivido como pueblo negro, todo el daño que hemos padecido en este país, y que hoy sea casi un plan de nosotros mismos, un tema de canibalismo, acabarnos.”

La pregunta es; ¿a quién le sirve que entre nosotros nos asesinemos?  ¿En beneficio de quién es esta violencia? 

Llega Alejandrina y Erlendy se pone de pie para recibirle los paquetes. Alejandrina se sienta en el lugar que dejó Erlendy y esta le dice: “…hágale mija, ahora sigue usted”, aunque se refiere a la entrevista, yo siento que le está delegando la palabra, le está pasando la posta, la bandera de la lucha, siento que lo que veo  es mucho más grande y que de repente, la historia de los pueblos marginados se escribe así, de manera simple, en el día a día de sus gentes.

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