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Portada Opio 2

Diciembre 5 - 2021 

Por Laura Cruz y Alejandra Padilla 

“pero arriba el cielo estaba herido, partido en mil leves infiernos”

Un libro como Opio en las Nubes solo lo podía imprimir una editorial como Tropo Editores, sólo podíamos leerlo en buses, bancas, hospedajes, con jóvenes de Siloé y en medio de la noche. Un libro como Opio no se lee con los ojos sino con las tripas, con el corazón, con el hígado. Se lee escuchando rock y blues y, por qué no, música clásica.

En este libro, Chaparro nos muestra una Bogotá con mar, una Bogotá llena de música, sonora. Una ciudad que refleja el estado de ánimo de sus habitantes, en el clima, en sus calles, como la 70, la 19. En sus luces opacas que casi parece que la urbe se diluye entre la noche.

La ciudad en Opio no es solo el escenario para presentar a los personajes, la ciudad es un personaje más, incluso diríamos el principal. Tiene vida, olores, habla y grita. Rafael Chaparro narra una Bogotá de los noventas, los recorridos de las rutas, la maravilla del desorden, del caos.

Por otro lado, si hablamos de los narradores, tenemos un gato cínico, directo, aventurero, que cuenta la vida de su ama, de su amiga Amarilla de la cual está perdidamente enamorado sólo como un gato puede amar: con un desprendimiento y un amor absurdo. 

Pero no solo hay un gato en el libro; los muertos nos relatan tanto la vida como la muerte, el amor como el desamor y el amor, por supuesto, es narrado en primera persona porque nadie puede contar un amor que no ha padecido. 

Opio 2 Los protagonistas son personas del común, sus historias son realidades ignoradas y censuradas, son el lado rebelde, desadaptado; también nos encontramos con personajes condicionados por la vida; generalmente mantienen sus personalidades en todo el relato, no hay un cambio o un desarrollo mayor en ellos; nunca tienen plena conciencia de su caos, solo dejan que la vida suceda, mientras llegan los eventos o las personas, que desencadenan y determinan las decisiones que los conducirán a un desenlace casi tan mortal, como el tiempo.

Las mujeres atraviesan el libro, sin embargo, son contadas desde los ojos de los hombres, como Marciana, palabras rojas en un espejo de un bar, labial o sangre según como haya estado la noche, Marciana es una poeta, no una poetisa, porque esas ya pasaron de siglo, una loca que escribe cuando está prohibido escribir, que escribe en los árboles, en el cemento, en el amor, que deja tatuado su rostro en aquel que besa con sus labios rojos. 

Le duele vivir, como a todos, solo que ella sí lo acepta. Huele a sudor, a nicotina, sobre todo huele a problemas. Rafael Chaparro Madiedo, no solo denuncia que crecer es una trampa, que amar como nos enseñaron o vimos, se parece mucho a la mediocridad, que la cotidianidad es la muerte, que se ríe de nosotros, que el lenguaje es ficción, el autor nos invita a crecer, pero llevar de la mano al niño, a amar pero con las tripas, el alma, el corazón, y hasta con el culo; nos muestra que el tiempo también es una construcción que podemos modificar.

Opio despierta sentidos

Como tantas cosas a las que nos han acostumbrado, por fuerza de repetirlas creemos algunas veces que leer es un ejercicio lineal y visual, ya que mediante las descripciones los autores nos invitan a pasar la delgada línea de la ficción y la realidad, pero Rafael Chaparro, nos lleva a un recorrido sensorial, para darle fuerza al texto, juega a fusionarlos, otorgando un efecto “psicoactivo” a la narración “oliendo las palabras o a Boys Don't cry” de The cure.

Dentro de nosotros se esconde un corazón que oye, que danza cuando el cuerpo permite a los sonidos entrar, Chaparro busca poner del lado de las palabras, de las escenas, un lenguaje extra, que despierte a los latidos, y los haga un instrumento más. Es como si las letras de otro desahogaron lo que desde el pecho se estancó en traducción. De la mano de bandas del rock como The Beatles, The Cure, The Guns and Roses, Pink Floyd, The Police, AC/DC, The Rolling Stones y hasta de sinfonías clásicas de Mozart y Beethoven les da una segunda voz a los personajes, a lo que viven. 

En Opio la música no está detrás de bambalinas, es un grito, un sentir, una taquicardia, un encuentro en medio del desorden, es un tercer invitado, otro personaje, una invasión en la sangre, la sensación previa a que se erice la piel.  Los sabores son la cotidianidad, el rumbo de sus decisiones. Los olores, son características, identifican a los personajes, pero también son recuerdos; usar el olfato imaginativo hace que el lector asemeje sensaciones y congenie con las escenas. 

Chaparro convierte la lectura en una totalidad. Opio en las nubes es una novela para ser escuchada, olida, sentida, e imaginada. Es como si el puto corazón a una se le fuera estallar por leer sin pausa.

Se ha priorizado el lenguaje estructurado, poético, lleno de figuras literarias, de vocabulario y para disfrutar de Opio en Las Nubes se debe estar abierto al lenguaje de la calle, a palabras propias de las jergas, de ciertas culturas y espacios, es lo ordinario, lo extraordinario y lo sencillo a la vez. Es la esquina, la ropa sucia, los tachones en los cuadernos, la cicatriz, las colillas en el piso, y botellas rotas y trip trip como dice Pink Tomate, uno de los personajes.

Opio en las Nubes, es eso una droga, una noche de buen rock, un viaje. Es botar a la mierda el diccionario, la corbata, el siete a cinco, el pago de la hipoteca, es dejar de ser un poco uno, porque como decía Cortázar como cansa todo el tiempo ser uno mismo. 

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