Enero 22-2020
Por Laura Cruz
En la Atenas clásica, donde la mujer no llegaba ni siquiera al estatuto de ciudadana. Sin embargo, para efectos de este artículo tomamos como referente el sistema patriarcal actual que se adecua a las lógicas vigentes en el sistema capitalista.
En esta lógica del mercado, igual que hace 4.000 años, a la mujer se le ha querido uniformar, imponiéndole roles que oscilan entre la dicotomía santa/puta; donde la primera se ve subyugada a un contrato matrimonial en el que implícitamente debe pagar un impuesto de reproductividad, y la segunda se ve relegada al orden de lo marginal al ser convertida en objeto-mujer, sobre el cual el hombre puede descargar aquellos deseos que no forman parte del orden de lo políticamente correcto. A pesar de las aparentes contrariedades entre estos dos modelos, ambos hacen parte de esa otredad llamada mujer, el segundo sexo, la costilla de adán, en fin, uno de los grandes grupos de los excluidos, sino el que más, al cual se le ha negado históricamente la posibilidad de existir en toda su multiplicidad.
Ella comienza diciendo "escribo desde la fealdad y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las infollables, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del mercado de la buena chica". Con esto cuestiona el concepto de feminidad impuesto y le habla a una multiplicidad de mujeres que en la historia de la literatura y de la cultura en general han sido excluidas. Además, rompe la dicotomía entre puta y esposa, impuesta por una ideología patriarcal y panóptica que pretende encasillar y moldear a las y los individuos de la sociedad.
La autora francesa escribe también para los hombres "...para los que no tienen ganas de proteger, para los que querrían hacerlo pero no saben cómo, los que no saben pelearse, los que lloran con facilidad, los que no son ambiciosos, los que no la tienen grande, ni son agresivos..."con esto propone masculinidades no hegemónicas, rompiendo los estereotipos impuestos por un capitalismo feroz que les exige a los hombres ser extremadamente valientes, protectores pero rudos, violentos, insensibles, que deben valerse del dinero y la fuerza para el sometimiento de la mujer.
Virginie Despentes comienza hablando de la violación y sacando el abuso de lo privado, donde la mujer puede expresar que fue víctima de este flagelo, sin miedo a sentirse señalada o culpable porque nos han enseñado a avergonzarnos de las heridas que nos causan los hombres. Además reconociendo que la violación no ha sido un caso aislado, sino que son múltiples casos que nos convierten en una sociedad patológica, donde la pandemia la ha creado el capitalismo que objetiviza el cuerpo de la mujer como si una fuera una cosa más a la que los hombres pueden colonizar. Y aunque los hombres también han tenido estragos en su cuerpo, la idea del cuerpo masculino como meta de la que hay que adueñarse, nos resulta inusual, cuando no absurda.
Las cifras reflejan una violencia sistemática, que desborda el espacio de lo íntimo, por lo que es primordial poner el tema en la esfera pública, para reconocer que el sistema capitalista por sí mismo es violador, que pone a la mujer como el objeto y al hombre como propietario. Virginie Despentes sobre este tema puntualiza diciendo "El cuerpo de las mujeres pertenecía a los hombres; en contrapartida, el cuerpo de los hombres pertenecía a la producción, en tiempos de paz, y al Estado, en tiempos de guerra".
Despentes habla de la violación, no desde la teoría, sino desde su experiencia. Sin revictimizarse, nos cuenta cómo haciendo auto-stop tres hombres la violaron y cómo siguió haciendo autostop, porque tres mediocres no la iban a dejar con miedo todo la vida. No se avergüenza de no haberse defendido con la navaja que llevaba, no pide excusa por haber llevado minifalda, porque no es ella quien tiene que pedir disculpas. Es crítica, descarnada, y en eso radica su poder, su capacidad de emancipar a través de la palabra.
"En la moral judeocristiana, más vale ser tomada por la fuerza que ser tomada por una zorra, nos lo han repetido lo suficiente. Hay una predisposición femenina al masoquismo que no viene de muestras hormonas, ni del tiempo de las cavernas, sino de un sistema cultural preciso, y que tiene implicaciones perturbadoras en el ejercicio que podemos hacer de nuestra independencia".
Señala que esa misma moral judeocristiana es la que hace que los agresores se inclinen -absurdamente- a creer que si las víctimas sobreviven es porque no les molestaba tanto la idea de ser violadas-. Esta misma moral conlleva, a su vez, a que la mujer violada sienta por un lado culpa, y por otro, que debe pagar un alto precio por sobrevivir a la violación: desórdenes alimenticios, depresión, baja autoestima, etcétera. Por estas razones Despentes apela a la fuerza de aquellas que han sido violadas para que sea el principio de algo y no el fin de la vida. Sin embargo, no deja de señalar que la violación es la herida de una guerra que se libra en silencio y en la oscuridad, por eso invita a mostrar las heridas en la luz, a través del ejemplo.
El prisma de la prostitución
Este ensayo plantea la prostitución como un trabajo igual a la mayoría, "que nos roba cosas que quizás no queremos dar", argumento que ha sido avalado por un sector regulacionista del feminismo, que aboga por la legalización de la prostitución. Teoría King Kong para algunos sectores del feminismo y para el posfeminismo, se ha convertido en un referente que contribuye a derrumbar los cimientos del patriarcado atreviéndose a teorizar sobre la prostitución, sin embargo, para las abolicionistas, Despentes no tiene en cuenta varias aristas, como clase, etnia o migración, pistas claves para entender el porqué muchas mujeres deben dedicarse a esta actividad. Pese a las críticas, considero que es un libro honesto, que llama al sexo sexo, a la puta puta. Despentes no se esconde detrás de las palabras, todo lo contrario: se nos revela.
Despentes trabajó de manera ocasional en la prostitución. En este oficio se ganaba en dos horas el dinero que normalmente se ganaba en 78. También fue tratada, según sus propias palabras, con más ternura que la acostumbrada por algunos hombres. Allí descubrió que lo que asusta a la sociedad en general de este trabajo es que aleja a la mujer del hogar, y la lleva en últimas a manejar su propia economía a través de su propio cuerpo. La autora ha afirmado que lo que asusta de la prostitución es que denuncia lo que es el trabajo en sí, un intercambio desigual en el que "entregas lo que no quieres entregar, tu tiempo".
Despentes da testimonio de cómo con cada uno de los clientes descubrió la fragilidad de los hombres y escudriñó en un deseo masculino que está totalmente plagado de la culpa, y señala que muchas mujeres temen que las prostitutas empiecen a decir lo que los hombres quieren de verdad. Para la autora la prostitución puede ser vista como una facultad de decir por nosotras mismas lo que es digno y lo que no.
Esta postura de la autora ha sido criticada por el feminismo abolicionista el cual señala que la mercantilización del cuerpo no puede ser considerado un trabajo. Desde la antigua Atenas las que ejercían la prostitución eran las extranjeras o las esclavas, es decir, las más oprimidas. Esta forma de opresión no ha cambiado en nada, ya que las cifras reflejan que las sociedades donde hay mayores índices de prostitución son las desiguales, aquellas donde las mujeres son las más empobrecidas y su trabajo es precarizado.
Las regulacionistas proponen reglamentar la prostitución para que las trabajadoras sexuales tengan garantías laborales, sin embargo, las abolicionistas señalan que esto serviría solo para que el estado se quede con los impuestos, premisa que para mí no está muy alejada de la realidad, ya que en Colombia los sitios Webcam, están regulados y en ningún momento el gobierno se ha preocupado porque los derechos de las mujeres sean respetados.
Entiendo la posición de la autora, en que la mujer tiene toda la potestad de su cuerpo para ejercer la prostitución si lo desea, no obstante, creo que la prostitución no puede ser considerado un servicio. Por otro lado cabe resaltar la posición privilegiada de Virginie Despentes, como mujer blanca y europea, porque ejercer la prostitución en París no es lo mismo que ejercerla en el Chocó, como mujer negra empobrecida y sin ningún tipo de educación, donde los clientes tienen una idea de que el sexo debe ser violento y que entre más se humillada sea la mujer más se disfruta.
Si se pudiera soñar con una sociedad utópica el abolicionismo sería la solución, sin embargo, en el neoliberalismo solo podemos partir desde la regulación y unirnos a la protección de las trabajadores, sin idealizar la prostitución por libertades económicas que no son del todo ciertas, pero tampoco satanizar porque en ellas hay mujeres y se debe garantizar su seguridad en esta labor, mientras no haya una sociedad más justa, en la que la prostitución desapareciera como proponen las abolicionistas.
La paradoja del porno
Virginie Despentes tiene la facultad de politizar todo, incluyendo el porno, que lo señala como otra forma de cine porque a la larga es ficción. Ficción que muestra nuestro lado más oscuro por lo que está censurado, es decir, el porno es un espejo que nos habla de nuestros deseos de aquello que resulta excitante, pero que se rechaza en sociedad por una imagen más tranquilizadora.
Despentes nos muestra que todo está atravesado por la política y de ahí parten restricciones, cadenas que arrastramos y ni siquiera somos capaces de oír el ruido de esa violencia invisible e ideológica y no menos brutal que la física. Nos dicen constantemente la estética que debe tener nuestro cuerpo, limitan nuestra sexualidad, nos dicen incluso cómo y con quien acostarnos, incluso nuestras fantasías sexuales deben encajar con lo demandado con lo socialmente aceptado.
Una de las reflexiones que hace Despentes es que la industria del porno, está plagada de hombres que se lucran de muchas maneras. Para la autora, las mujeres deberían entrar también a este mercado porque no es la pornografía la que molesta a las élites, sino su democratización.
El tema de la pornografía del que habla Despentes nos deja sobre la mesa varias preguntas: ¿puede una feminista ver pornografía? ¿Cómo salir de esta pornografía mainstream?, donde el porno es violento y es un producto generalmente creado para hombres. Además de como se nos vende el deseo, se crea una verdad, donde el deseo está mediado por la humillación y el odio. Es un porno heteropatriarcal que los hombres sacan de la ficción y lo llevan a su intimidad, violentando a muchas mujeres. Una pregunta muy importante ¿el deseo que tenemos es genuino o está impuesto desde el poder mediante el porno? ya que para muchos su educación sexual está basado en un porno heteronormativo.
Teoría King Kong es un ensayo que nos invita a replantearnos la genuinidad del concepto de lo femenino, arquetipo que nos ayuda a realizarnos, o carga impuesta por el orden del Uno, el poder que controla, domina, que impone sus reglas de juego e instrumentaliza la verdad. Despentes nos invita a reinterpretar esa verdad, hablando de temas que nos eran vetados como el sexo, la masturbación o el porno, y a reinventar el significado de lo bello, lo viril, a llamar a la violación por su nombre y a que pase de lo privado a lo público, entendiendo que no hay casos aislados, sino que se trata de una pandemia que afecta a toda la sociedad.
Para mí este ensayo ha sido uno de los más reveladores, quizás como en su época fue El segundo Sexo, de Simone de Beauvoir, puesto que sacan a la luz temas que se hablan en espacio reducidos. Este libro nos invita a gritar, a replicar lo aprendido y sobre todo, a no seguir permitiendo que una sociedad patriarcal y capitalista decida qué hacer con nuestros cuerpos, cuando tenemos el derecho, y sobre todo, la obligación de cambiar el sistema, empezando la revolución por nosotras.
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