Junio 20 - 2022
Por Jorge Luis Galeano
Después de 20 años, más de 11 millones de ciudadanos y ciudadanas escogimos cambiar el rumbo de Colombia. Desde 2002, cuando Álvaro Uribe Vélez fue elegido presidente, se siguieron dos décadas de una particular línea de pensamiento en el poder. Una línea que, entre otras cosas, recogió la lucha contrainsurgente de los 70s y 80s para convirterlirla en una de sus principales banderas. Ello caló en muchas personas que aún hoy piensan que el nuevo presidente es un guerrillero y no un político con más de 30 años de recorrido en la vida pública.
Esa misma línea de pensamiento creó resistencia a la resistencia. Cualquier expresión contraria al establecimiento fue atacada, tachada, negada, ninguneada y es, justamente, de ahí de donde surgió la que hoy es la nueva vicepresidenta: Francia Márquez, una mujer lideresa ambiental y abogada quien, desde las luchas populares y comunitarias, supo consolidar una figura de esperanza para muchas personas que, como ella, han peleado por la protección de la gente y la naturaleza. El mapa electoral es un fiel reflejo de ello.
Lo anterior, tal vez, es uno de los escollos más grandes para el nuevo Gobierno: dejar atrás la idea de que lo que propone como país es la debacle económica, social y política porque entre esos 10 millones de personas que votaron por Rodolfo Hernández, persiste la idea de que la democracia se acabó en Colombia. La tarea, pues, es probar que lo que se busca es el fortalecimiento institucional, social y económico para que las cosas sean mejores.
Y claro, para quienes votamos por la fórmula vencedora, está bien la celebración porque es un símbolo de esperanza, de cambio. Un intento de sacudir este país de la violencia y el abandono del Estado, pero hay que aterrizar, poner los pies sobre la tierra porque quienes hoy celebramos no debemos olvidar que haber votado no es suficiente y que de ahora en adelante, debemos ser garantes de que ese proyecto de país que inicia el 7 de agosto de 2022, arranque tal y como se ha prometido: sin menoscabar los derechos individuales, protegiendo a la naturaleza, reconociendo los derechos colectivos de grupos históricamente excluidos, fortaleciendo las instituciones para que el Gobierno esté al servicio de la gente, transformando la economía para que las poblaciones sean prósperas, respetando la diferencia ideológica, garantizando libertas para la oposición, etc.
Ese, en parte, fue el llamado que hicieron en sus discursos de victoria Gustavo Petro y Francia Márquez, que se puede resumir en el gran Acuerdo Nacional o, en palabras del presidente electo: “Queremos que Colombia, en su diversidad, sea una sola”. El trabajo para el electorado, entonces, es gigantesco. No se trata de darle carta blanca al nuevo Gobierno, no. Se trata de exigirle, de preguntarle, de cuidar que este nuevo camino nos lleve, por fin, a la reconciliación, a la resolución de conflictos de manera pacífica, se trata de reclamar por los errores y siempre, siempre: pedirle cuentas.
De igual forma implica entender que la transformación no será inmediata, no puede serlo. No sólo porque estar en el Gobierno significa seguir los conductos institucionales como la separación de los poderes públicos, sino porque 20 años de una narrativa guerrerista que penetró profundamente en los pensamientos de muchas personas, no va a cambiar de la noche a la mañana. Será un proceso largo, difícil e incluso, frustrante.
Para más de 11 millones de personas son días de celebración, para otras 10 millones, días de incertidumbres y temores, muchos de ellos infundados y es trabajo del nuevo Gobierno y sus electores de convencerles y, sobre todo, demostrarles que no hay tal ´venezolanización´, ni que el comunismo se apoderó de Colombia como se duelen muchos desinformados por ahí.
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