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24 de agosto 

ColombiaEl 24 de agosto de 2016, en La Habana, Cuba, las delegaciones de paz del Gobierno del presidente Juan Manuel Santos Calderón y de la guerrilla de las Farc-Ep, firmaron el fin del conflicto armado, después de 52 años de confrontaciones. Día histórico que sin duda marca un antes y un después en el devenir del país, en especial para aquellas generaciones que vivieron, sufrieron, lucharon y soñaron en el complejo contexto político, social, económico y cultural que, para el caso de Colombia y este hemisferio, les dejó las luchas ideológicas, políticas y los conflictos armados en lo que se conoció como la Guerra Fría. 

24 de agosto

Colombia
Agosto 25 - 2016

Por Germán Ayala Osorio
Comunicador social y politólogo

El 24 de agosto de 2016, en La Habana, Cuba, las delegaciones de paz del Gobierno del presidente Juan Manuel Santos Calderón y de la guerrilla de las Farc-Ep, firmaron el fin del conflicto armado, después de 52 años de confrontaciones. 

Día histórico que sin duda marca un antes y un después en el devenir del país, en especial para aquellas generaciones que vivieron, sufrieron, lucharon y soñaron en el complejo contexto político, social, económico y cultural que, para el caso de Colombia y este hemisferio, les dejó las luchas ideológicas, políticas y los conflictos armados en lo que se conoció como la Guerra Fría.

Al ver y escuchar los emotivos y emocionantes discursos de los líderes de las delegaciones de paz que por cuatro años negociaron una Agenda de seis puntos, solo queda esperar que lo pactado, que la palabra empeñada, sea respetada por las partes.

Sin triunfalismos, pero con la certeza de que lo ocurrido en La Habana es un paso significativo para la construcción de la paz, lo que nos corresponde ahora a todos es asumir con responsabilidad histórica, la tarea de refrendar el Acuerdo Final, y en adelante, seguir de cerca y participar de los procesos de verificación e implementación de lo acordado entre las partes. Ciudadanos vigilantes y críticos serán garantía de que lo acordado se respete.

La élite empresarial, política y la clase dirigente tienen la responsabilidad de que lo acordado en La Habana se respete y se cumpla, en aras de que este pacto parcial de paz no termine en una nueva frustración para el país, tal y como ocurrió con las esperanzas que se echaron a andar con el proceso constituyente de 1990, cuando se firmó la paz con el M-19 y se promulgó la Constitución de 1991. Baste con decir que posterior a la firma de ese tratado de paz, el país vivió episodios de violencia política y el escalamiento y degradación del conflicto armado.

Así entonces, y sobre la certeza de que no se tocaron el modelo económico, la estructura del Estado, el modelo político y las fuerzas armadas, le corresponde al Establecimiento asumir con lealtad lo que acordaron el Gobierno de Santos y la dirigencia de las Farc en este ya histórico 24 de agosto de 2016. Es allí en donde la sociedad debe posar sus ojos vigilantes para advertir cualquier acción, decisión, actividad o proceso que conduzca al desconocimiento de lo acordado y por esa vía, se deshonre la palabra empeñada.

Si negociar fue difícil, lo que vendrá después de la firma del Acuerdo Final será aún más complicado: cumplir la palabra empeñada. Y será así porque lo acordado demandará enormes transformaciones institucionales y culturales (prácticas políticas), que bien sectores de derecha y ultraderecha pueden subvalorar y por esa vía, torpedear, con el objetivo de aplazar la construcción y consolidación de escenarios reales de posconflicto. El reto, entonces, es mayúsculo.

Ojalá los colombianos aceptaran los sentidos discursos leídos por De La Calle e Iván Márquez como una guía ética para lograr las transformaciones que como Estado y sociedad debemos lograr, si de verdad queremos proscribir la guerra, la violencia política, el ethos mafioso y la persecución a todo aquel que tiene una idea distinta de lo que debe ser el Estado, la sociedad y el mercado.

El camino quedó trazado el 24 de agosto de 2016. El 02 de octubre, día en el que votaremos el plebiscito, tendremos la oportunidad de mostrar de qué estamos hechos en términos democráticos. Con un contundente SÍ, exhibiremos un positivo talante ético y democrático que muy seguramente facilitará la reconciliación y la reconstrucción del Estado. Por el contrario, un revés, es decir, con un triunfo del NO, confirmaremos el empobrecido talante democrático con el que hemos sostenido hasta hoy las relaciones entre el Estado, el mercado y la sociedad.

Llegó la hora de que como ciudadanos asumamos, por fin, la tarea de confrontar políticamente a quienes desde sectores estatales y privados coadyuvaron -y coadyuvan aún- a la generación y al mantenimiento de las circunstancias contextuales que legitimaron en buena medida el levantamiento armado en los años 60.

Insisto en que con la firma del fin del conflicto armado con las Farc estamos dando, como sociedad y Estado, un paso gigante hacia el redireccionamiento de los procesos civilizatorios que truncaron y cercenaron la propia guerra interna, el comportamiento mafioso de las élites y la baja cultura política de las grandes mayorías.

El 24 de agosto se abrió una compuerta y una oportunidad para repensarnos como sociedad, examinando con cuidado las condiciones de una Nación diversa étnica y culturalmente, que ha sobrevivido a pesar de la existencia de un Estado privatizado que le ha servido a unos pocos.

Adenda: aplaudo la decisión de la plenaria del Senado de suspender de su cargo al Magistrado, Jorge Pretel Chaljub, para facilitar su juzgamiento por el delito de concusión. Seguimos esperando a que el Consejo de Estado anule la espuria reelección del Procurador Ordóñez Maldonado. Recordemos que fue el mismo Senado el que reeligió a Alejandro Ordóñez, el 27 de noviembre de 2012.

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