Febrero 11 - 2022
Por Laura Cruz
Si usted quiere ver la realidad de Colombia no necesita llenarse de cifras porque el rostro de esos números está en las calles; la realidad de Colombia se puede resumir en un semáforo. Y la realidad es que el país tiene hambre. El 54,2% de la población colombiana vive en inseguridad alimentaria, es decir, 27 millones 301 mil 624 personas que, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, (FAO), no come tres veces al día o, ni siquiera, una sola vez. Estos datos los reveló en su último informe que, en un principio había incluído a Colombia entre los países que pueden sufrir riesgo de hambre en el 2022, pero que luego aclaró, se centra en poblaciones específicas.
Dicha aclaración no implica que los problemas de inseguridad alimentaria que vive el país sean menores, significan que afectan más a una poblaciones que a otras. Por ejemplo, a las personas más pobres de zonas rurales o periferias urbanas. También a las mujeres y a las personas migrantes venezolanas que, según datos de Migración Colombia, son 1 millón 800 mil.
La FAO muestra que hay varios factores para que el problema en Colombia persista, entre ellos, la inflación que alcanzó el 12,4 % a finales del 2021, así mismo la tasa de desempleo que llegó a un 11%, también está la poca o nula implementación de los Acuerdos de Paz que hace que presenten fenómenos como el desplazamiento forzado.
La respuesta del Gobierno de Iván Duque fue negar la crisis alimentaria que ya enfrenta Colombia, puesto que no es raro salir a las calles de las principales ciudades y encontrar gente con letreros que dicen “tenemos hambre”, y es que hoy Colombia presenta una crisis más grande con la subida de precios de la canasta familiar, debido a la última Reforma Tributaria y después de una pandemia que obligó al confinamiento lo que dejó al país más vulnerable al empobrecimiento, una condición que, según cifras del DANE, sufre casi la mitad de sus habitantes; 21 millones de personas.
Sumado a esto, según una encuesta de Acción Contra el Hambre realizada en varios departamentos entre ellos el Valle del Cauca, sólo el 2.02% de los hogares vulnerables en Colombia cuenta con los recursos para cubrir las necesidades básicas, así mismo el Dane revela que los hogares que consumían tres comidas al día en 2020 eran 7,11 millones “mientras que en febrero de 2021 fueron solo 5,4 millones. Esto implica que 1,6 millones de familias no pudieron continuar con esa cantidad de raciones diarias como resultado de la pandemia”. El director de la entidad, Juan Daniel Oviedo, culpa de la precarización de la vida a la pandemia sin tener en cuenta la Reforma Tributaria que incrementó los precios de los alimentos.
Un ejemplo de los incrementos de estos alimentos es la papa que subió un 37%, o la yuca, el huevo, el limón o la carne de res que también presentan alzas significativas, tanto así que, según el mismo Dane, las familias colombianas estarán pagando un 20% más de lo que costaba la canasta básica para el mismo periodo del año pasado. En ese escenario, muchos hogares se verán obligados a disminuir la compra de estos productos en sus mercados.
A todo ello se suma una inflación que está por las nubes, mientras el trabajo informal sigue incrementándose y el peso colombiano ya es la moneda más devaluada del mundo, con un 43,5% con relación al dólar estadounidense a diciembre del 2021, un dato recién entregado en el índice Big Mac, publicado por la revista The Economist.
Ahora bien, Cali es una ciudad que cuenta con 2 millones 228 mil habitantes, de los cuales la mitad se dedica al trabajo informal. Es una ciudad que ha sido empobrecida y que también sufre crisis de hambre, pero que lucha para mitigarla. Un grupo de jóvenes de Puerto Resistencia, al oriente de la ciudad, creó una huerta urbana como una posible solución a largo plazo. Lo hicieron como una manera de calmar el hambre pero, sobre todo, como una forma de tejer comunidad, hacer pedagogía y reconectar con la tierra que a muchas de las personas que viven en este territorio les fue arrebatada.
Johan Suárez es uno de esos jóvenes y cuenta, desde su experiencia, lo que ha sido y significa para la comunidad este proyecto. “Tenemos una pedagogía hacia la tierra y el trabajo comunitario, nosotros buscamos sanar las heridas a través de algo espiritual e íntimo, desde de la siembra y del compartir un conocimiento ancestral de las plantas, para quitarnos los prejuicios de encima, mirar al otro desde la diferencia, se busca borrar esas barreras.”
Los involucrados hacen parte de un colectivo diverso de jóvenes que van desde los 18 a los 26 y un miembro mayor -el veterano- de 40 años. Ellos, como grupo, se bautizaron así mismos con el nombre de la Terracita y sus recursos salen de la autogestión, nos cuenta Johan, además de ayuda en especie a través de materiales, herramientas, semillas y mano de obra; “todo ha sido iniciativa juvenil y barrial”.
Se siembra tomate, lulo, tabaco, sábila y lantana, que es un tipo de arbusto para atraer colibríes y mariposas para favorecer la polinización. La huerta tiene aproximadamente 15 metros cuadrados y nació a mediados del 2020. El lugar, como dice Johan, era antes un “cagadero” en el cual se inyectaban heroína los indigentes. “Se realizó todo un trabajo de recuperación y resignificación del espacio. Nosotros mismos nos empezamos a educar en todo lo relacionado con la siembra”.
Para ellos, los de la huerta, la meta es dejar una herencia al colegio Antonio José Caute, Institución Pública de primaria. “Más que dejarles la huerta, queremos transmitirles nuestros saberes sobre las plantas, sus beneficios y la importancia de la conexión con la tierra.” La Terracita se desarrolla con la comunidad como espectadora y hay de por medio un desafío: no tienen agua directa en la huerta, una dificultad mayor para su labor por lo que ya están trabajando en hacer su propia fuente de agua.
Para Johan Suárez la crisis alimentaria es una problemática que tiene sus raíces en malas decisiones de Estado: “(…) la mala administración presidencial en los Tratados del Libre Comercio, eso nos ha afectado directamente porque estamos exportando nuestra comida. Por pocas personas jugando con nuestros intereses, tomando decisiones que dejan escasez a posteriori, situaciones que se podían prever y prevenir, además eso debilitó la compra a los campesinos, eso crea una crisis (…)” .
Para los miembros de la Terracita este tipo de iniciativas es una medida que responde a esa crisis alimentaria y que puede llegar a mitigar sus efectos en las comunidades. “Eso buscamos: generar una conciencia, gente haciendo huertas, pero no la siembra como mera herramienta para calmar el hambre, sino el valor o el trasfondo de la misma, su significado ancestral”
Dice Johan que estos espacios cultivados pueden hacerle frente al hambre, pero que faltan muchas más. Las que hay, añade, no son suficientes. Y remata “es necesario un estallido social de conciencia ambiental, para que todos produzcan su alimento.”
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