Periodismo de Derechos Humanos

Los hijos de nadie, primera parte

Hijos de Nadie 2Iniciamos hoy una nueva serie, dedicada a un trabajo periodístico de Margarita Solano desde México: los niños que cruzan la frontera entre México y Estados Unidos y la tragedia que viven. De 2010 a la fecha, los niños migrantes que son abandonados en la frontera México-Estados Unidos, podrían llenar el estadio Pascual Guerrero.

Hijos de nadie, primera parte

Hijos de Nadie 2

 Foto: Javier Sandoval

Julio 16-2013

 

Por Margarita Solano Especial desde México

Hay caminos que conducen a trampas mortales, uno de ellos es intentar cruzar el desierto de Arizona de la mano de un “pollero” cuando eres niño. Los ojos de un turista cualquiera ven un paisaje majestuoso: Dunas, cactus, arena y arbustos: los de Juan, fueron testigo de una pesadilla que duró cuatro días y tres noches cuando fue abandonado en la inmensidad de 311 mil kilómetros cuadrados. un territorio más extenso que la península de Italia incluyendo las islas de Sicilia, Cerdeña y Elba.

Anclado entre Nogales, México y Tucson, Estados Unidos, se encuentra el desierto de Arizona cuya dimensión es apabullante al igual que sus secretos. Uno de ellos, lo hace público Juan, un niño de nueve años oriundo de Guerrero que junto con otros 2 mil 85 menores de edad que en lo que va del año sobrevivieron a la travesía del sueño americano sin ningún adulto a su cuidado.

– Uno sale con lo que tiene encima, una camisa y un pantalón pero mi hermano me dijo que no cargara mucho peso. Mamá me hizo tortillas con botellas de esas de agua bien congelá (sic) pero cuando iba en el tráiler, los hombres me las quitaron pues... yo se las di de mero susto, miedo mucho miedo me daban porque tenían pistolas de a de veras.

–¿Mamá te encargó con un hombre para que te llevara con tu hermano en los Estados Unidos?

– Sí. Ella dio en un sobre varios billetes pues y me mandó con ellos en un tráiler con mucho calor, mucho calor y las cobijas encima para escondernos pero tenía miedo de lo oscuro y yo quería volver con mi mamá –las lágrimas de Juan, se escurren por sus mejillas.

– ¿A quién buscas en Estados Unidos?

– A Papá allá en el otro lado vive y nos llama, nos manda para la comida pero mamá no puede irse donde él polque (sic) cuesta muchos billetes de dinero pues y ahora yo venia a buscarlo mientras mi mamá trabaja en la milpa para poder juntar más dinero para llegar allá donde mi papá.

– ¿Cómo era el desierto?

– Era grande mucho mucho grande (sic) y querían que lo camináramos todo, mucho caminar en la luz y de noche pues me picaban los pies y no podía caminar más y me caía y me caía y me caía, me dejaron porque me caía...

Los coyotes dirigieron a Juan y al resto de los migrantes hasta al anochecer. Supo el niño que sus pies no seguían al compás del grupo porque la comezón y el dolor lo dejaban sin aliento. “Ahí te quedas morro”, fue lo último que escuchó cuando dejaron de esperarlo. No sabe cuánto tiempo transcurrió hasta que “unos señores que ayudan a migrantes” en el desierto de Arizona, lo llevaron al albergue Camino a Casa de Nogales, México.

–¿Qué comiste esos días?

– Las tortillas de mi amá y un poco de agua porque las botellas me las quitaron los guías, se las llevaron pues para ellos”...

–¿Qué te duele?

– Aquí mucho mucho (señala los pies) me pican y no puedo caminar...”

Las quemaduras en los pies del niño, dejan ver tres ampollas reventadas a ras de piel. Pablo Cervantes, el médico del albergue Camino a Casa ha dado el diagnóstico: “El niño tiene quemaduras de segundo grado y deberá ser trasladado a un hospital para continuar con su tratamiento”; él es el único apoyo médico que auxilia a los miles de niños y niñas que deambularon solos por el desierto.

A Juan no le queda claro dónde está, pero sonríe cuando le aseguran que ha llegado a México. Se envuelve en una cobija gris y cierra los párpados por varias horas esperando que sus pies dejen de picar. Isabel, la directora del albergue, ha localizado a su mamá de y “tendrá que esperarla una semana mientras consigue dinero para llegar desde Guerrero hasta Nogales” en un trayecto de 2 mil 500 kilómetros en autobús.

La historia de Juan muestra la problemática de los 2 mil 85 menores de edad que han llegado al albergue “Camino a Casa” de Nogales entre enero y marzo de 2013 sin un adulto responsable. Los traficantes de migrantes los han dejado a su suerte en medio de la nada. Otros 2 mil 420 también fueron encontrados en los mismos meses por las autoridades migratorias de los Estados Unidos, pero iban acompañados de un familiar que responde por ellos.

No existe en México otro puerto fronterizo que aglomere tantos niños repatriados como el de Nogales, Sonora. Las cifras son reveladoras. Por Nogales ingresa el 53 por ciento de los niños en busca del sueño americano, revela el Instituto Nacional de Migración.

En el 2010, 13 mil 705 niños migrantes fueron encontrados sin ningún acompañante en el desierto de Arizona. Un año después, la cifra arrojó 11 mil 519 casos y el 2012 cerró con 13 mil 589 en iguales circunstancias. Son un promedio de 45 mil menores de edad que han salido solos de casa en busca del sueño americano en los últimos cuatro años y que podrían llenar todo el estadio Pascual Guerrero.

Sus rostros ingenuos, pequeñas extremidades, lento paso y llanto constante, son considerados por los llamados “polleros” o “coyotes”, como un obstáculo para trasladar niños de Centro y Sudamérica a los Estados Unidos. Los empujan, gritan, someten y a muchos de ellos no se les vuelve a ver nunca más.

“Sus familiares en Estados Unidos deben pagar entre 3 mil y 10 mil dólares a un traficante de niños por hacerlos llegar con ellos”, cuenta Flor Ayala, Diputada Federal del Estado de Sonora y quien ha estado de cerca con infantes que tienen la misma edad de sus tres hijos y ya han intentando dos y tres veces cruzar solos el desierto.

El reporte médico y sicológico del albergue Camino a Casa, aglomera un lista interminable de niños y niñas víctimas de abuso sexual, con trauma sicológico y depresión severa. Y aunque los monstruos del desierto les dejarán huellas tatuadas en su ser, nueve de cada diez, quiere volver a intentar cruzar las frontera para poder estar unidos a una madre, padre o hermano que sí logró el sueño americano.

Juan sigue dormido aunque se queja del dolor en sus pies. Llegó de Guerrero, estado que junto a Oaxaca, Chiapas y Veracruz, tienen los más altos índices de expulsión de migrantes en México. Su español es confuso pero en su expediente está la razón. El niño habla una de las 67 lenguas indígenas que existen en territorio nacional.

Un olor desagradable se transpira por las paredes del albergue. Se cuela por la garganta y provoca estornudos. No hay rastros de basura, tampoco comida descompuesta y el piso está limpio. Isabel, la directora del albergue, se ha vuelvo inmune a inhalar y exhalar el olor a ajo que recorre el inmueble. “Los muchachos se embadurnan de ajo los pies y las piernas para ahuyentar las picaduras de animales”. Al olor del ajo hay que sumarle una mezcla del sudor, carne quemada y días y noches sin agua ni jabón... es el olor de la inmundicia moral de quienes trafican con niños en la frontera.

La próxima semana espere la segunda parte

 

 
 
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