Marzo 8 - 2020
Por Laura Cruz y Jorge Luis Galeano
Las movilizaciones feministas que vemos hoy en día no han surgido en los últimos años. Tienen una larga historia de lucha que sentaron las bases para que las mujeres sigan peleando hoy por sus derechos: el voto, los derechos sexuales y reproductivos, reivindicaciones laborales, entre muchas otras, son algunas de las victorias del pasado, conseguidas con altísimos costos para los movimientos de mujeres. Aquí, entonces, una pequeña muestra de esa historia
La palabra movimiento viene del latín motus-us, y su etimología responde movere, mudar al otro y el sufijo miento que es equivalente de acción y efecto. Significa también agitación, sacudida.
El movimiento social de mujeres durante el siglo XX en América Latina se convierte en unas de las expresiones más revolucionarias, críticas y alternativas, para resistir a un centenio y a una historia que está atravesada por actos misóginos y machistas, una política de guerra y una economía hegemónica.
En los años treinta y cincuenta se presentará la primera ola del movimiento en la que las mujeres piden la reivindicación de sus derechos laborales, civiles y políticos, luego vendrá la lucha por los derechos sexuales y reproductivos, entre los años setenta y ochenta. Después de la caída del muro de Berlín las mujeres comienzan a cuestionar la globalización como cómplice del patriarcado y afirman su diversidad y su lucha feminista.
El Movimiento Social de Mujeres de Cali, no ajeno a la historia, empieza su resistencia entre los años setenta y ochenta, sin embargo, para que estas luchas se dieran, muchas mujeres abrieron el camino y varias organizaciones tuvieron que ser construidas. Como La Unión de Ciudadanas de Colombia, que nace en 1954, por esa época muchas mujeres en la ciudad siguen exigiendo derechos laborales, derecho a la educación, derecho a la propiedad y derecho al voto, en esta reivindicación de derechos será crucial Maria Teresa Arizabaleta, que junto a Esmeralda Arboleda, y otras mujeres terminan ganando en 1957 el derecho al sufragio, no sin antes sufrir el machismo de la época y la represión.
En los años 70 los grupos de autoconciencia trabajan desde el territorio con mujeres que habían sido desplazadas del campo por la violencia. En 1972 nace el teatro La Máscara habla de feminismo, convirtiéndose en un espacio pionero en vencer los tabúes y abordar temas como el aborto, la prostitución y el matrimonio. Realizan obras como La Infanticida Maria Parra, convirtiendo el arte en un trabajo social, el arte como una forma de lucha y de resistencia.
En 1981, el 1er Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, realizado en Bogotá - Colombia, influye decisivamente para que tome fuerza el feminismo en Latinoamérica, afianzando una perspectiva regional que reconoce las particularidades de los contextos nacionales, pero comprendiendo la necesidad de abordar las complejidades y realidades específicas de las mujeres latinoamericanas. El 8 de marzo del año 1984, la psicóloga María Ladi Londoño Echeverry, junto con algunas entidades, inaugura la Fundación Sí Mujer, que presta servicios en salud sexual y reproductiva, además de atención psicológica a mujeres que han sido víctimas de violencias sexuales.
Un año después, en el Oriente de Cali, nace la Asociación Casa Cultural El Chontaduro, que trabaja la reafirmación étnica, la equidad de género y el respeto por el medio ambiente desde una mirada ecofeminista y desde el arte.
En 1996 como respuesta a la grave situación de violencia que viven las mujeres en zonas de conflicto armado, tanto rurales como urbanas, inicia un movimiento nacional denominado Ruta Pacífica de las Mujeres que, en nueve regionales del país, desarrolla una agenda pacifista, antimilitarista y feminista. Posteriormente Taller Abierto, marca una pauta al hablar de feminismo popular, apoyando procesos de empoderamiento de las mujeres de los barrios populares, bajo un enfoque de género, interculturalidad y derechos.
En la comuna 18, en el barrio el Jordán Carmiña Navia, feminista y académica, con la unión de varios sectores compra un lote cuando el barrio apenas está construyéndose y forma la Casa Cultural Tejiendo Sororidades que, desde un feminismo popular y un trabajo social, ha logrado capacitar y acompañar procesos de empoderamiento de las mujeres del sector. Por otro lado, Alba Stella Barreto, desde la Fundación Paz y Bien, se convirtió en un ícono para la resistencia de las mujeres, llevando su lucha a Agua Blanca y comenzando a ofrecer servicios y una red espiritual con las mujeres desplazadas.
Desde lo académico se forma el Centro de Investigaciones y Estudios de Género Mujer y Sociedad de la Universidad del Valle, en. Dicho Centro trabaja por la incorporación de la perspectiva de género en intersección con clase social y etnia, en los ámbitos públicos y privados del departamento del Valle del Cauca y la región suroccidental.
En 2015 y como resultado de una ardua movilización de las mujeres y feministas en Cali, se abren las puertas de la Subsecretaría de Equidad de Género del Municipio de Cali, bautizada como Casa Matria, para la prevención de la violencia contra las mujeres y el empoderamiento femenino en la ciudad. Las organizaciones, colectividades, agrupaciones y escuelas políticas de mujeres, que han venido creciendo exponencialmente en Cali, así como los sindicatos de mujeres también han logrado que muchas debatan y exijan sus derechos tanto en lo privado como en lo público y que sepan que lo personal también es político.
La articulación de estas colectividades y organizaciones, más las labores individuales de muchas mujeres de Cali, da como resultado la conformación de un movimiento social de mujeres de la ciudad -diverso, polifacético y dinámico- que logra el reconocimiento y la reivindicación de varios derechos, libertades y apuestas políticas, en un camino donde las mujeres han tenido que vencer paradigmas impuestos desde la religión, el hogar, el amor y el Estado, que se amparan en un sistema capitalista, patriarcal y racista.
Nada de esto ha logrado detener las luchas de las mujeres que, en Cali, siguen resistiendo desde los distintos caminos y miradas del feminismo; realizando reuniones de juntanza y articulación, asambleas de frentes comunes que se construyen a través de la diversidad, y manifestaciones ciudadanas de gran impacto político y cultural. Las mayoras han compartido su pañuelo violeta para que las nuevas generaciones sigan construyendo un movimiento que no da tregua a la violencia contra las mujeres y que tiene claro que desde la unión el feminismo vencerá.
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