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Salario mínimo y Derechos Humanos parte 3

Entre la dignidad y los Derechos Humanos

Manos de panadera

Tercer artículo de la serie Salario Mínimo y Derechos Humanos en el que mostramos la historia de una mujer quien toda su vida había trabajado en su hogar, como ama de casa, pero que, por circunstancias inesperadas, debió salir a buscar un empleo. Lo encontró en una panadería y si bien empezó a ganar dinero para sostenerse ella y su familia, también encontró humillaciones y tratos indignos. 

Salario mínimo y Derechos Humanos parte 3

Entre la dignidad y los Derechos Humanos

Manos de panadera

Foto: www.latimes.com

Febrero 4 - 2019

Por Juan David Acevedo

Pasado el mediodía doña Yamileth se dirigía nuevamente a su lugar de trabajo, una panadería ubicada en el barrio La Rivera a unos cuantos minutos de su apartamento en el barrio Los Almendros, al norte de la ciudad. Aquel día, esta madre cabeza de hogar entendió que la dignidad humana sobre pasa la necesidad del mínimo vital para subsistir en este país.

"Me cansé de que me gritaran, y de tener el estrés de no saber con qué genio viene el jefe o viene la jefe" - apuntó doña Yamileth, el 18 de enero del presente año, fecha en la que decidió darle valor a su dignidad como ser humano y reconocer el trabajo como un derecho fundamental que debe garantizar no sólo el mínimo vital para subsistir sino poder acceder a otros derechos fundamentales y al libre desarrollo de la personalidad y el bienestar de la familia.

Después de casi un año de cumplir sus labores en esta panadería, Doña Yamileth decidió renunciar. Sus condiciones de trabajo eran poco favorables y en su atmosfera se respiraba tensión, estrés y su salud tanto física como mental se empezaron a ver afectadas.

La historia

"Me separé de mi esposo y me tocó tomar las riendas de la casa"

Luego de terminar una relación de veinticinco años con su pareja, quien era el sustento económico de su hogar y con 45 años de edad, debía asumir la responsabilidad de sacar su familia adelante como fuese. Nunca había trabajado de manera formal en alguna empresa. Durante más de dos décadas se había dedicado a velar por su hogar siendo ama de casa.

"Yo entré por necesidad, porque tuve que empezar a buscar empleo y no hallaba nada" afirma doña Yamileth, quien después de varios meses luego de su divorcio había encontrado por fin una fuente de dinero para cubrir los gastos del hogar, sacar adelante a sus dos hijas menores con quien vive y garantizar así, los derechos fundamentales de su familia.

Su situación no era nada fácil, pues el tramo final del año 2017 fue una dura prueba para esta mujer. Tan solo unos meses antes de haberse separado de su compañero sentimental, su hija mayor de 23 años, sufrió un accidente de tránsito el cual le impedía poder laborar y ayudar en el hogar como solía hacerlo, trabajando por turnos o los fines de semana en un restaurante.

En este angustioso momento, la vacante en la panadería resultaba ser un alivio y le "caía como anillo al dedo" así su salario fuera el mínimo en su primera experiencia laboral. "Yo fui y dejé la hoja de vida, eso fue en el mes de abril, en semana santa. Luego ya me citaron para el jueves santo y ahí empecé la inducción"

Ese mismo día la dejaron y la capacitaron. Debía de volver pasada la semana santa para empezar a laborar. Comenzó con medios turnos, de 3 y 4 horas mientras terminaba su inducción y se adaptaba.

Para el siguiente mes, ya empezaron sus turnos completos. Trabaja en la tarde. Su horario era de dos de la tarde a once de la noche. El viacrucis había comenzado. Doña Yamileth, empezó a recibir gritos y ordenes bastante airadas, para el cumplimiento de sus funciones.

"Finalizando Mayo la cocinera de los turnos de la mañana se ausentó una semana, entonces la cocinera del turno de la tarde pasaba a reemplazarla y el jefe (dueño de la panadería) me dijo de una manera imponente que debía aprender a hacer la fritanga 'sí o sí"'. Después de este momento, doña Yamileth decidió ausentarse por tres días puesto a que el estrés mental que le había producido esta situación había desencadenado en afectar su salud.

Pasados los tres días y como consecuencia de las insistentes llamadas de la panadería preguntando su ausencia y el motivo de la misma, Doña Yamileth regresó. Hasta el momento no tenía contrato, ni ningún documento que soportara su vinculación a la empresa. "Sin embargo, por la necesidad tuve que volver, porque durante esas semanas yo no estaba trabajando fija, me pagaban por días y necesitaba esa plata, entonces volví". Afirma doña Yamileth, con su voz perdiéndose poco a poco en el silencio.

Un golpe a su salud

Doña Yamileth, trabaja de esta manera puesto que había tenido a una cirugía en la vejiga y el embarazo de su hija menor le dejó una serie de repercusiones en la espalda, en la columna y por lo tanto tenía ciertas restricciones. "Yo no podía trapear o hacer fuerza, mi superior al principio incluso me ayudaba con algunas labores. Dado esto no me contrataba formalmente porque al dueño de la panadería le daba miedo hacerlo debido a mis inconvenientes médicos" dice con un tono de voz bajo y opaco y mientras su mirada refleja resignación.

El tiempo pasaba y doña Yamileth seguía trabajando en la panadería de esta manera. La necesidad apuraba y el tiempo apremiaba, pues no había espacio para quejarse, solo para trabajar por los $405.000 quincenales que devengaba. Sin embargo, siempre tuvo presente que "el salario mínimo no alcanza para mucho, para pagar la renta, hacer algo de mercado y pagar servicios. Para educación o salir a uno recrearse necesito para un transporte, para comer algo y no da para mucho en realidad. Un sueldo mínimo es algo muy duro de manejar" afirma tan decidida como desconcertada.

Su hija mayor de las dos con quienes vive, pues sus otros dos hijos mayores ya no viven con ella, no ha podido terminar su carrera técnica como auxiliar en recuperación física y su hija menor, quien terminó su bachillerato en el último semestre del 2017 no ha podido empezar a estudiar debido a la situación económica.

"Obviamente el salario mínimo no alcanza para todo. Aquí se pagan 500 de arriendo y yo me ganaba 405 mil quincenales, hay que pagar servicios, hay que comer... no alcanza para todo. Nosotras somos solas las tres, llevamos un año o más de un año saliendo a flote solas, por ese trabajo me cayó como anillo al dedo porque lo necesitábamos, pero el salario no es que alcance para mucho"

Contaba con dos días de descanso al mes, uno cada quince días. Trabajaba nueve horas diarias desde el mediodía hasta las once de la noche, incluso finalizaba el turno oscilando entre las once y media de la noche y las doce de la madrugada. "Trabajando con dos descansos al mes uno está muy cansado. Igualmente el dinero tampoco alcanza, si uno quiere salir a alguna parte tiene que tener dinero y definitivamente con el salario mínimo no alcanza" puntualiza con un tono de indignación.

Doña Yamileth y su familia pese a tener una fuente de empleo, no tenían derecho a muchos derechos sociales de limitado acceso actualmente. El descanso, la recreación y el tiempo con su familia eran restringidos. Sus hijas, no podían contar con educación tampoco y la salud, un derecho fundamental e imprescindible también se vería vulnerado.

Después de varios meses de labor, a doña Yamileth se le presentaron dos historias donde su estado de salud se vio afectado. Luego de una fumigación en la panadería, enfermó, se dirigió a su ARL pero no fue atendida, pues la cooperativa con quien pagaba su salud como independiente había cambiado la aseguradora y se demoró una hora en ser atendida mientras podían esclarecer donde estaba afiliada.

Sí, doña Yamileth no tenía seguridad social. Desde el mes de abril hasta el mes de agosto trabajó de esta manera, pues no podía quedarse su hija mayor sin sus terapias y controles debido a su incapacidad por el accidente que había sufrido y que además, le impedía ayudar en su casa.

"Pese a todas estas afectaciones, yo tenía miedo que me incapacitaran, porque yo escuchaba ahí en la panadería que el dueño no pagaba incapacidades. Sin embargo, el 24 de diciembre me dirigía a la panadería y me caí, por ese accidente me dieron tres días de incapacidad. Yo llegué el 27 de nuevo a trabajar y él estaba de muy mal genio y duró así enojado cerca de tres días, incluso hasta echaba 'vainas' por la incapacidad"

No obstante, el día del pago de su quincena, sí le fue cancelada su incapacidad por parte del dueño de la panadería, sin antes aclararle que debía de ser consciente, según afirma doña Yamileth, que él no tenía por qué cancelarle dicha incapacidad.

Luego de un cúmulo de momentos que atentaban contra su dignidad humana e iban en detrimento de sus derechos como ser humano, decidió renunciar.

"El día que renuncié mi supervisora estuvo especialmente con su actitud grosera, me gritó y ese día llegue a mi límite, ya me cansé de eso, decidí no volver porque no puedo dejar que abusen de mi simplemente porque necesito un empleo, un sueldo" Porque necesita el derecho al trabajo en dignas condiciones, al salario mínimo vital, el derecho a la salud, a la educación y a pasar tiempo con su familia.

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