Los Hijos de nadie, tercera parte
Tercera y última entrega de esta serie que describe el drama de los menores que intentan cruzar llegar a EEUU. Algunos cuentan con la suerte de ser llevados a refugios ubicados a lo largo de la frontera. Hijos de nadie, un trabajo de la periodista caleña Margarita Solano desde México.
Los hijos de nadie, tercera parte
Foto: Javier Sandoval
Julio 30-2013
Por Margarita Solano Especial desde México
Nogales: ciudad entre muros
José Antonio Elena Rodríguez, tenía 16 años cuando murió de once balazos por la patrulla fronteriza de los Estados Unidos. Los casquillos de bala quedaron marcados en la pared del doctor Contreras quien prefirió resguardarse en su consultorio cuando escuchó las detonaciones.
El médico nogalense dejó pasar diez minutos antes de abrir la puerta. Al asomarse se encontró con el cuerpo de un joven tendido boca abajo en la banqueta de la calle de nombre "internacional". Era octubre de 2012. José Antonio fue visto por la patrulla fronteriza de Nogales, Estados Unidos, subiendo por los barrotes que dividen ambos países.
La versión de los patrulleros estadounidenses, es que el adolescente lanzó piedras cuando estaba del lado mexicano. En respuesta, José recibió once disparos por la espalda y nueve más quedaron atrapados en la pared del doctor Contreras.
Han pasado 10 meses desde aquel día. Con marchas y manifestaciones, familiares y amigos cercanos de José, alzan la voz como un grito desesperado por hacer justicia. Una cruz de acero adornada con flores blancas y rosadas, convierten un altar en la banqueta donde murió José Antonio. Veladoras apagadas por el paso de los días, flores frescas y marchitas sobre una placa en donde se lee: "descansa en paz mi bebé".
Dice la leyenda que la suprema facultad del hombre no es la razón sino la imaginación. En Nogales “no existe una sola persona que no tenga una historia relacionada con la migración”, cuenta Fortunato Leal que lleva más de veinte años viviendo en Nogales del lado mexicano.
La droga, la reunificación familiar y ver a la potencia mundial a menos de diez pasos de distancia, “le daña la cabeza a cualquiera”, narra un vecino que prefiere mantener su nombre en el anonimato y sonríe al pensar en las mil maneras ilegales que existen del lado mexicano para ingresar a los Estados Unidos.
Han intentado cruzar a Nogales, Estados Unidos, metiéndose por debajo del alcantarillado que comparten ambas ciudades. A base de herramientas manuales como picos, palas y cinceles, construyen narcotúneles que atraviesan dos países con menos de 200 metros.
Hace dos meses, el Ejército Mexicano encontró un túnel subterráneo bastante inusual. Había sido levantado en un edificio por donde cuatro años atrás, funcionaba el Centro de Atención al Migrante. La calle Internacional de Nogales, la misma que vio morir a tiros a José Antonio Elena Rodríguez, ha sido testigo de la creación de varias cavidades subterráneas.
En los últimos seis años, el Ejército Mexicano ha logrado destruir 51 narcotúneles entre la frontera de Sonora y Estados Unidos. Y es que el mercado negro para entrar de ilegal a territorio estadounidense por esta frontera, se torna descarado y desmedido.
Ofrecen visas falsas a 200 dólares con fotografías de aspecto similar al comprador. El resto se arregla en una buena peluquería por 15 o 20 dólares para teñir cabello, arquear cejas, pulir bigotes y hacer todo lo estéticamente posible para parecerse al de la fotografía de la visa americana falsa.
Ana no se tiñó el cabello, ni pasó por una estética para parecerse a la jovencita que aparecía en la fotografia de la visa falsa por la que sus padres pagaron 400 dólares para que llegara con ellos a Denver. Le dijeron que tenía que aprenderse de memoria un nombre que no era el suyo, otra fecha de nacimiento y decir que iba de compras a Nogales Arizona.
Pero la adolescente fue descubierta por los agentes migratorios en la garita peatonal. Le quitaron la visa apócrifa y ahora narra su historia desde el albergue "Camino a Casa" de Nogales. “Iba nerviosa, nunca es fácil mirar a la autoridad sabiendo que vas mintiendo”, cuenta Ana en el dormitorio de mujeres.
La historia de Ana se repite, se multiplica en Nogales, Sonora. Encuentras personas y lugares con instructivos y tácticas para cruzar la frontera de mojado. Usar ajo en los pies, puede prevenir las picaduras de serpientes y alacranes en el desierto. Estar acompañado, merma el riesgo de ser víctima de abuso sexual por parte de los polleros y hay que aprender a correr, rápido sin mirar atrás, en un intento por escabullirse de la "migra".
Y es que la vida de las 400 mil personas que viven en Nogales, está determinada por lo que ocurre con sus 20 mil vecinos, del lado de Estados Unidos. De este lado, viven de la industria maquiladora y sus parques industriales. La tierra árida y la falta de agua, hace que en Nogales no sea ideal para la agricultura, menos la pesca.
El ingreso de comida, bienes e inmuebles, llega desde dos puntos: Hermosillo y Nogales, Arizona. Los que sí tienen visa americana, pasan caminando por la garita peatonal para comprar leche, huevos, una botella de whisky y cigarros. Todo es mucho más barato del lado americano y además "no pagamos impuestos", dice Selene que trabaja en la presidencia municipal de Nogales y cada que tiene una fiesta, un cumpleaños o va de antro con sus amigos, pasa caminando a Estados Unidos y compra accesorios a menos de 3 dólares.
Sólo quien amanece viendo por su ventana los barrotes que dividen México y Estados Unidos, pueden comprender el significado de habitar en una ciudad fronteriza. Los barrotes altos, delgados, intimidan. Tres años atrás, el cerco territorial estaba hecho de cemento. Nadie podía ver lo que ocurría detrás de cada franja.
Ahora unos tubos enormes, cual gigantes que vigilan, permanecen erguidos entre ambas naciones. Manos que se abrazan en medio de los barrotes cual prisión en una tarde de domingo. La novia de un lado, el novio del otro. Se hacen visita, intercambian cartas, se abrazan con los barrotes a la mitad de sus extremidades.
En la azotea del edificio más alto de Nogales del lado mexicano se observa un paisaje peculiar. La Nogales de aquí y de allá. Si los barrotes no estuvieran en medio, el paisaje podría retratar una misma ciudad.
Las casas en el cerro de la montaña, el español como lengua primaria y no secundaria. Incluso las facciones físicas son casi uniformes. El 80 por ciento de los habitantes de Nogales, Arizona, son mexicanos en su mayoría sonorenses. Mexicanos que lograron tener una visa o culminar su travesía de ilegales por el desierto.
Los encuentras en tiendas de abarrotes, de comercio de ropa, zapatos y electrodomésticos Nogales, Arizona. Venden en Español, entienden el inglés e identifican a sus connacionales con tan sólo una mirada.
Pasando la garita peatonal, se divisan más de veinte tiendas y centros comerciales. Abren a las 9 de la mañana y cierran a las 6 de la tarde y quince minutos antes de cerrar, los mexicanos pasan a comprar sus víveres caminando. Llevan fruta, verdura y leche; se les ve cargando bolsas y carritos de hacer el mandado.
En el camino se topan con Luisa, Carmen y Karen. Unos de aquí y otros de allá, pero todos mexicanos. 400 mil almas que habitan en el cruce fronterizo más concurrido por niños, niñas y adolescentes en todo el país: 13 mil 589 en el 2012.
Son las historias detrás de las cifras, las de niños perdidos en el desierto buscando a mamá; del hombre que logró cruzar por el acueducto que hoy está vigilado; de la mujer que pasa diario a comprar leche a los Estados Unidos. Es la historia de estas dos Nogales partidas a la mitad donde las fronteras tienen límites que las ponen tan cerca y a la vez tan lejos.
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