Melissa, Deisy y Greidy, bajan por la loma y se asoman por la curva. Ese recorrido hoy tiene un significado diferente al de hace dos años. Antes de abril de 2021, no se consideraban agentes de cambio. Llevan camisetas iguales, color azul turquesa que tiene el logo de la fundación que nació, justamente, tras el estallido social, cuando el descontento generalizado por las cruentas condiciones de vida, entre un amplio espectro de la población, las impulsó a salir a las calles en un acontecimiento sin precedentes.
Bajar desde el Alto Jordán y otros barrios de la Comuna 18 era, en esa época, intentar hacerse visibles. Era intentar que la ciudad recordara que hay 21 barrios en esa Comuna y que entre ellos, 8 están priorizados como vulnerables, es decir, con altos índices de pobreza. El estallido fue, entonces, una oportunidad.
Y Cali fue el epicentro, acuñando el nombre de ‘capital de la resistencia’, título concedido por el aguante de hombres y mujeres, especialmente jóvenes de clases populares que enfrentaron el poderío del Estado. Los vecinos de la comuna 18 no fueron ajenos a tal situación.
Ellas bajaban de la ladera y se concentraron en la emblemática calle 5. La estación del sistema MIO de Meléndez fue el lugar donde decidieron manifestarse. Pero, más allá de hacer una recreación de los hechos que ahí tuvieron lugar, ocurrió algo impensado para algunos en medio de la conmoción: la gestación de un ideal de cambio.
La comunidad encontró en aquel lugar un instrumento para expresar sus ideas. Ahí, las áreas verdes se convirtieron en huertas urbanas, las rejas grises se llenaron de colores y las bahías de abordaje dieron paso a una biblioteca pública que pretendía estimular el debate, junto al intercambio de ideas.
Esta fue una deconstrucción del espacio. Aquel punto destinado a movilizar masas rumbo a su trabajo, se convirtió en un fortín colorido que deseaba ser un punto de encuentro a la vista de una ciudad que en muchas ocasiones ignora la existencia de la ladera.