Agosto 19 – 2024
Por Jorge Luis Galeano
Entran a la caseta comunal y sonríen. Nada en su ánimo hace pensar que viven con miedo y preocupación por sus vidas, que reciben panfletos, mensajes de texto amenazantes y llamadas atemorizantes.
Estamos en el barrio Pizamos II-Sol de Oriente de Cali, exactamente en el Polideportivo que es como un refugio, un espacio de encuentro y de paz que, por momentos, se desconecta de esa realidad a veces violenta del barrio.
El polideportivo es un parque con infraestructura para hacer deporte y espacios verdes para encuentros y eventos comunitarios. Cerca de la entrada principal, está la caseta comunal en donde conversamos con Nancy y Angélica, dos mujeres lideresas de la zona y que han decidido contar lo que viven por cuenta de las amenazas e intimidaciones.
Ellas lideran procesos comunitarios en este barrio de la Comuna 21 de Cali desde la Junta de Acción Comunal y aunque todo el mundo las conoce y reconoce su trabajo, por casi un año han tenido que moverse con miedo por las calles de una zona que aman y por la que luchan.
El trabajo de Angélica y Nancy en el barrio se parece a su nombre: Sol de Oriente, pues busca ser una luz que empiece a iluminar el camino de niños, niñas y jóvenes que habitan Pizamos II-Sol de Oriente. Personas que representan el 61% de la población de ese territorio, según reporte demográfico de la Secretaría de Bienestar Social hecho en 2016.
Angélica Pertuz tiene una voz potente. Habla con firmeza sobre lo que hace en el barrio desde hace varios años. Es Madre Comunitaria hace 20 años y vicepresidenta de la Junta de Acción Comunal de Sol de Oriente desde el 2021 y dice que lo que ha buscado siempre es sacar a los jóvenes de la violencia y eso es lo que, según ella, ha hecho que su vida corra peligro.“Yo vengo siendo amenazada desde diciembre” dice. Además, cuenta que ha tenido que moverse constantemente de su casa por el temor que le genera poner en riesgo a su familia. “Eso es desplazamiento intraurbano y todos los líderes estamos pasando por eso” remata. Aunque ha trabajado por la comunidad por tanto tiempo, en ella se percibe el miedo, pero sobre todo, la tristeza de saber que luchar por la comunidad, signifique temer por su vida.
Angélica relaciona lo que le pasa a ella, a Nancy y a los otros liderazgos con el “Guireo”, es decir, el enfrentamiento entre jóvenes del sector que establecen “fronteras” que defienden a sangre y fuego. Justamente cuenta su historia en la caseta comunal, punto que está dividido por una de esas “fronteras” y que, curiosamente, se ubica muy cerca del CAI del barrio Pízamos II.
La alegría con la empezó la conversación se va perdiendo en la medida en que cuentan lo que están padeciendo y la incertidumbre que les genera no sentirse protegidas. “A pesar de que ya pusimos todo en conocimiento de las autoridades, no nos sentimos seguras en nuestro propio sector” dice Angélica, quien aún espera ser escuchada en la Fiscalía para dar detalles de su situación. El temor es evidente y hay mucho de lo que ahí sucede que pidieron no publicar, pues no hay información exacta que permita identificar plenamente a los autores de las amenazas. Lo cierto es que hay quienes preferirían que personas como Angélica o Nancy no continuaran con su labor. En el caso de ella, Nancy, los hechos han sido aun más turbios, pues no sólo es víctima de amenazas, sino que ya perdió a un hijo y estuvo a punto de perder a otro.
“A causa de mi liderazgo, me asesinaron a un hijo y a otro lo intentaron secuestrar pero alcanzó a tirarse de la moto” dice. El caso del asesinato de su hijo, sucedido en junio de 2022, aún no está resuelto y de hecho, denuncia que su propia familia rescató el cuerpo, semanas después de reportar la desaparición, pues las autoridades no quisieron hacerlo. Ella, quien atiende un comedor comunitario ya piensa en retirarse. “Si yo veo que la comunidad no me rodea, creo que lo mejor es retirarme. Por mí y por mi familia.” dice con la evidente tristeza de quien debe abandonar algo que ama. Lo hace porque no quiere que, si los violentos atentan contra ella, los niños y niñas que asisten al comedor comunitario, puedan resultar heridos o peor, muertos.