Julio 18 - 2021
Por Laura Cruz
Si alguien me dijera, por alguna razón extraña, que entre cada ser o cosa que habita el universo tengo que elegir solo una para que mis ojos vieran el resto de vida, yo diría sin duda alguna: las palabras.
Las elegiría, aún, por encima de la sonrisa de mi sobrino Samuel. Las elegiría por encima de nuestra basta naturaleza y las elegiría porque en ellas veo cómo amanece en un ser humano la ira, el odio reprimido, y también esos atisbos de humildad que en raras ocasiones tenemos. Después de leer Del Color de la Leche, odio un tanto al mundo y a la vez lo amo un poco más. Es como si el amor fuera el último latido, la última palabra de una serie infinita.
Uno de los primeros libros que leí fue el Diario de Ana Frank y me dejó como un abismo instalado en alguna parte de mí, abismo que aun no entiendo dónde, además de cientos de preguntas. Pero el horror no tiene ninguna respuesta. También recuerdo que lloré bastante, quizás por mi juventud o porque, en parte soy una persona sensible, pero no una persona lacrimosa; me irrita tanta mucosidad y creo que las lágrimas se deben reservar para lo importante. Y sin duda, la vida que camina por los libros es una de ellas.
En este escenario de experiencias, no había vuelto a tener esa sensación hasta que leí Del Color de Leche. Y no porque no haya leído libros majestuosos, solo que hay libros para cada momento de la vida, como la especificidad del espacio y del tiempo que vivifica una carta que nos es enviada por alguien y no es la autora. Llámele usted lector como quiera, pero Mary, la protagonista de esta historia, es tan real o más real que usted que está leyendo esto porque hay algo en lo que todos nos reconocemos por un momento y no es en el éxito, ni las victorias que pueden ser únicas, me refiero al dolor, al hecho ontológico del dolor como un universal atemporal que cruza la historia y la humanidad, en las semánticas del acontecimiento del dolor como algo que nos vuelve iguales y parece, se agrupara en todas y todos.
La narradora Del Color de La Leche es una niña quince años que vive en el año mil 800. Al principio la historia puede tornar aburrida y monótona. En este sentido, toma tiempo acostumbrarse a las madrugadas de la granja del año mil ochocientos, el "año del señor" en la novela, en una Inglaterra conservadora, religiosa y llena de tedio. Sin embargo, la aparente monotonía del relato comienza a desdoblarse a través de las sensaciones de Mary, en las cuales podemos oler el heno, sentir los rigores propios del ordeñar la leche, podemos percibir el mundo a través de una capacidad diferente adaptada al mundo normalizado, en lo que se suele llamar "cojera" para el caso de Mary; también podemos redescubrir el sabor del queso y el pan duro, como también el olor de las manzanas y las peras como símbolos del amor entre Mary y su abuelo, un hombre que todo el tiempo significa el peso que hace una persona adulta mayor, relegada al olvido.
Igual que Mary, y teniendo en cuenta la asimetría temporal, desde mi ser mujer creo que nos resignamos a la época, a ser mujeres y cargar con todo lo que nos han dicho que se implica en un tiempo como mandato hegemónico; el tiempo de Mary o mi tiempo como lectora, como mujer, o como quien siente rabia creciente al saberme y sentirme representada en una Mary sujetada a un tiempo y espacio; creo identifica la situación de muchas mujeres a lo largo de la historia.
Conjuntamente al ritmo sosegado de la novela, sobresalen sus características costumbristas. Su lectura ha sido una experiencia del detenerse, del acercarse al campo, a los animales, a las montañas, al calor, al fuego, a las brasas, a las costumbres, a otro tiempo que funge como detenido en los símbolos de la vida en el campo, de la tranquilidad de la vida en el mismo, al ritmo de la cosecha y el trabajo con la tierra. Los acontecimientos que construyen la narrativa de Mary tienen la capacidad de conectarse con sus estaciones, correspondiendo a cada estación una redefinición del ser de Mary, su familia, y los acontecimientos funestos que aglutina la novela. Esta característica me permitió vivir y acercarme al frío estacionario del lugar donde discurre la novela; me quedó el barro, la hierba, las sensaciones del suelo rocoso y las hierbas de las montañas que habita Mary.
La personificación de Mary invita a la experimentación y celebración de los sentidos. Sus percepciones nos dejan en franca contradicción al reflejar desde su lectura, cómo la vida se nos ha convertido en resignación, en pérdida de sensaciones, en falta permanente del vivir al punto que solo falta que los días nos suenen con el aterrador tictac del reloj. Los saberes, sabidurías y conocimientos de Mary giran en torno al campo, a sus tiempos, a los diálogos que ella establece desde la contemplación de su mundo circundante.
En referencia al mundo de las personas, Mary sólo conoce a su familia, no sabe qué hay más allá, ni siquiera a través de las palabras porque no sabe leer; ni siquiera el amor irrumpe en esa cotidianidad porque al que tiene hambre se le ha vedado todo, hasta la sutil esperanza de amar, resquebrajada cuando ella tiene que abandonar su casa y los recodos de amor representados en la relación con su abuelo, o el cuidado que proyecta a sus hermanas.
Discurrir la novela no a través de capítulos, sino a través de metáforas de primavera, de verano, otoño e invierno, vivifica el mundo y la vida no sólo de Mary, sino de su universo lector. El mundo y la naturaleza cobran en los ojos de Mary estados de ánimo, como si en el clima estuvieran escondidas algunas respuestas que solo pueden ser leídas en una relación otra con la naturaleza, del orden directo con el sentido, opuesto al orden impuesto de las cosas como una gramática, un saber decir, un saber conducirse, características singulares que Mary fractura al representar todo lo contrario a ello.
Aquí, la metáfora que referencia al color de la leche en relación a Mary, sugiere lo poluto representado en la pureza del color blanco de la leche, en una naturaleza o modo de ser no manchado por lo humano, pero que de alguna manera se mancha, o mejor, es manchado paulatinamente como bien se representa al final de la novela cuando Mary queda con los restos de sangre de su abusador en su vestido. Lo blanco de la leche bien puede asimilarse como la pérdida gradual incoada en Mary a medida que ingresa al mundo de las letras y de quienes administran el corpus letrado en la figura del vicario.
Siempre he pensado que el lenguaje debe estar por encima de la historia. Los lenguajes que construye la novela avanzan hacia el descubrimiento del universo de las palabras, el descubrimiento de la visión crítica, pero a su vez poética que revela Mary, tejida en una narración sin fallas de estilo, sin redundancia, sin palabras rebuscadas. Del Color de la Leche no está sujeta al lenguaje, el lenguaje está sujeto a la historia.
Hay mala conjugación en algunos verbos, las palabras se repiten, no hay mayúsculas y las comas y los puntos están casi tirados en las páginas, "errores" hermosos, planeados e inteligentes, ya que la que relata es una campesina; errores que le dan verosimilitud a la historia, que nos hacen tener complicidad con quien nos narra. Las frases son cortas, casi secas, de una simplicidad que puede abrumar a un universo lector embebido en lecturas cargadas de racionalidad y elegancia pomposa.
Sin embargo, a medida que la protagonista comienza a aprender el uso de las letras, a crear palabras, a imaginar la grafía de cada letra, comienzan a aparecer signos de diferente naturaleza, tanto en la arquitectura narrativa, como en los sentidos éticos y morales de sus personajes, como en un acto de magia que develará a través del dolor y el sufrimiento, las aristas más funestas de la condición humana perversa en los sentidos que impone el vicario a través de su universo letrado y administrativo de dios, sufridos en Mary como producto de las violaciones sistemáticas de Graham.
La novela se brinda a sí misma en los sentidos de un diario, escrito por supuesto, en primera persona y con la inocencia de quien empieza a vivir y a re-conocer las palabras, entre ellas la palabra "sufrir", como hecho que duele en la carne, en las entrañas, en el vínculo más propio de Mary, el cual es fracturado por decisión de su padre quien es la expresión más indiferente al mundo femenino, que ve como castigo el sólo contar con hijas mujeres de cara al mundo del trabajo de la tierra y la producción, propias de lo masculino según su imaginario de género y de productividad.
Este libro fue escrito pensando en teatro, quizás por eso las descripciones sean apenas las justas. Hay una escena donde Mary está aprendiendo a leer, y mientras descubre las 27 palabras que serán su mundo, en el cual descubre lo más bello, también inconfesadamente descubre el horror, el mundo letrado que como espéculo coloniza el ser, el saber de Mary, su libertad en términos estrictos. Aquí es patente que una persona puede ser maestro y monstruo a la vez, puede ser amanecer y caos, puede ser esclavitud y libertad.
Mary es un personaje que se descifra en el tiempo de la novela, en sus propios tiempos, advirtiéndose cierta maduración a través de la palabra, en los designios de sus comprensiones las cuales logran increpar las acciones y pensamientos del mundo iluminado de la familia del vicario en su totalidad. Sus preguntas, las molestias que causa al interrogar lo aparente o lo obvio es una de las cualidades que me enganchó del personaje. Si miramos a la protagonista desde una perspectiva de género, Mary siempre está incomodando las percepciones, valores y saberes tradicionales que representa el vicario, su familia, su padre, y la doble moral que representa la idea de dios y sus administradores en la figura de Graham.
Por otro lado, creo que uno de los elementos más potentes de la novela es el tema de la transgresión de la escritura, y del otro lado, se encuentra lo que se convierte en un elemento muy importante, y es en cómo la lectura y la escritura se convierten en cuerpo, en sufrimiento, en dolor, en la necesidad de avanzar en la comprensión del artefacto del libro, pero a su vez se constituye en ritual de acceso a un mundo que cobra privilegios a través del dolor; que culpabiliza a la mujer, que sanciona la voz de las mujeres, que invade el ser de las mujeres, y que violenta sutil y sistemáticamente a quien representa lo no letrado, el estado de indefensión.
Aquí recuerdo cómo hemos fetichizado el libro que representa la sabiduría, la educación, los saberes egregios, y cómo también se ha fetichizado el mundo letrado, creyendo que hay solo una forma de conocimiento y de saber, la de Occidente, y cómo esta idea de lo que es "educación" ha violado a tantas culturas en nombre de lo que es el conocimiento, utilizando religiones y el nombre de dios.
Se podría decir que la biblia, el libro por medio del cual Mary empieza a leer es una de las representaciones más fálicas y especulares de la novela. En consecuencia, el tema de la lectura y la escritura sí que es observable como una ortopedia al punto de clausurar la vida de Mary al cadalso o la picota pública al final de la novela.
El libro aglutina varias posibilidades de análisis, y efectivamente, el tema del aprendizaje lecto/escritural representa a cabalidad cómo la racionalidad de Occidente detentada en parte por el privilegio de la escritura, implica la libertad y las cadenas de Mary en el dolor y las violencias que tiene que sufrir para ingresar al mundo letrado, incluso para sobrevivirlo a manera de testimonio o diario en el ejercicio de rememorar y escribir su biografía en el calabozo, lugar previo a su condena de muerte. En este sentido, emerge la pregunta, ¿cuántas muertes tiene que sobrevivir Mary?, sin contar la muerte del embarazo que muere con ella, a través de su decisión de ocultar su estado de gestación a las autoridades.
Paradójicamente, el libro ⸺la biblia⸺, el texto como testimonio ⸺Mary escribiendo en el calabozo⸺, muestra cómo a través de la escritura ella se libera a sí misma, pudiendo desplegar su voz, alcanzando contactos inéditos con ella misma para el desarrollo sucesivo de los acontecimientos de la novela. Es como si lo relatado se escribiera paralelamente, la escritura de los acontecimientos de un lado, y la escritura reflexiva que ella promociona en la recurrencia de Mary al decir "yo he escrito esto [...]" en ciertos momentos de énfasis de la novela. En efecto, pensaría que la novela tiene múltiples niveles de lectura. Uno es el de la de-construcción de género que lleva a cabo Mary.
Otro tiene que ver con el tema de la lectura y la escritura, máxime cuando el artefacto de aprendizaje se representa en la biblia. Otra perspectiva radica en el elemento liberador de la escritura y de su lectura, no como mero testimonio, sino como posibilidad de transitar y sobrevivir en medio de un orden de cosas tradicionales y propias de la hegemonía, las cuales fractura Mary y como resultado le despojan de su vida.
En efecto, el libro tiene una perspectiva muy fuerte, y ella es la de género, la cual actualiza y denuncia de una forma sencilla pero eficaz, lo que hace la religión, la educación centrada en lo occidental, las formas del patriarcado, en relación a la situación de las mujeres, no solo con Mary, sino en la contemporaneidad, la cual continúa evidenciando la situación de violencias que, como Mary, sufren hoy por hoy muchas mujeres. Sin embargo, queda algo, el libro da una esperanza y esta radica en las Palabras.
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