Octubre 20 - 2021
Keilisbeth y José, dos pequeños venezolanos muestran a través de sus dibujos lo que dejaron en Venezuela para buscar un mejor mañana en Cali, una ciudad que los alejó del mar y de sus juguetes.
Por Diego Núñez y Ani Castro
Estudiantes de Comunicación Social de CUDES
Usualmente la migración es contada a través de las voces de los adultos. En esta ocasión los protagonistas son Keilisbeth y José, de nueve y cinco años de edad. Con dibujos y trazos infantiles, muestran lo que dejaron en Venezuela para buscar un mejor mañana en Cali, una ciudad sin mar y sin juguetes.
En la tarde de un domingo en la capital del Valle del Cauca, Keilisbeth y José juegan en un parque ubicado a las afueras de la terminal de Cali, al norte de la ciudad.
Cuando tenía siete años de edad, la niña recorrió 1,685km desde el estado de Miranda, en Venezuela, hasta Cali, la sucursal del cielo. A la pequeña de nueve años le gustan mucho las películas de aventuras y pensó que salir de casa era como estar en una de ellas.
Luego de jugar al tingo tango con otros menores también migrantes, le preguntan a ella que cómo se siente en su nueva aventura lejos de Venezuela.
- “Me he sentido bien, la gente es buena y agradable. Pero a veces estoy triste porque mi abuela sigue en Venezuela y la extraño mucho”, responde Keilisbeth con la mirada en el piso.
Al lado de Keilisbeth está su mamá. Ella dice que cada mañana se coloca una capa de Súper mamá y sueña con poder legalizar sus documentos académicos para terminar el bachillerato y así formarse profesionalmente como enfermera, tiene 27 años. Ella le explica diariamente a Keilisbeth que hará lo posible por sacarla adelante, brindarle una buena educación y mantener una relación más cercana con su abuela.
Hija y madre comparten el mismo sueño, el de ser solidarias con los demás. Entre risas y dando vueltas, la niña dice que le gustaría ser doctora para ayudar a las personas, “así como me han ayudado a mí”. Así responde la menor de edad cuando se le pregunta sobre su futuro.
El anhelo de Keilisbeth es regresar a Venezuela y poder reencontrarse con su familia, especialmente con su abuela. La niña de nueve años rompe una pared de irracionalidad al decir que sabe que no le será posible por ahora pero tal vez más adelante, cuando sea grande y trabaje de doctora en Cali.
Con marcador negro y cinco colores primarios, Keilisbeth responde con un dibujo lo que más extraña de su natal Miranda: una casa grande, un columpio, dos árboles y el mar.
“Vivíamos en una casa grande, con mucho espacio para jugar y tenía árboles alrededor. El mar quedaba muy cerca, me gustaba mucho ir con mis primos y montarme en el columpio”, explica la niña reviviendo momentos que le producen una notoria felicidad.
Keilisbeth caminó durante varias horas y días, sus pies pequeños están cansados.
“Yo creía que tendría mar, arena y muchos árboles”, responde con esa ingenuidad que caracteriza a la infancia y se dibuja una sonrisa de mejilla a mejilla.
Aunque las dos primeras ideas de Cali no se le cumplieron, Keilisbeth es feliz en su nuevo hogar porque, para ella, lo más importante es estar con su mamá y tenerla a su lado es lo que hoy más valora.
Cerca de Keilisbeth está José. Un niño venezolano que, al igual que ella, salió de Venezuela para mejorar su calidad de vida en Cali. El pequeño de aspecto tímido, cuando habla tiene la propiedad de un niño de más edad, pero sólo tiene cinco. En el recorrido de Venezuela a Cali, el pequeño le preguntó a su mamá que por qué caminaban tanto, “porque iremos a vivir a un lugar mejor”, le respondió mamá.
Ahora en Cali, José Ángel tiene varios amigos, juega con ellos casi todas las tardes a la lleva corriendo a la velocidad de su edad y estirando la mano para ponérsela a otro jugador. José ha encontrado en otros niños de Venezuela, la manera de convivir, no perder sus raíces y sentirse en casa. Es un niño más social.
El pequeñín de cinco años agarra un lápiz y dibuja cinco objetos muy coloridos.
“Estos son mis cinco muñecos favoritos que se quedaron en Venezuela y no los pude traer conmigo”, los explica el menor. Parecen seis superhéroes de peluche y alguno de ellos podría ser el hombre araña.
Al término de su obra de arte, los niños venezolanos dan espacio a un debate cuando Kleiber, un adolescente venezolano de quince años, se acerca para decir que varias personas en Cali no son buenas.
Como abogada en un tribunal, Keilisbeth responde que son más las personas que los tratan bien “que las persona que nos dicen groserías”.
José y Keilisbeth se sientan en el fresco pasto de una tarde acalorada. Una estudiante de Comunicación Social de CUDES les pregunta que qué es lo que más les ha sorprendido de esta aventura de salir de Venezuela.
Los dos pequeños cruzan miradas, risas y contestan: “los paisajes, las personas y el viaje.”
¿Todo ha sido bueno? insiste la entrevistada.
“Sí, ha sido divertido”, dicen los pequeños y como buenos niños, se dejan ir corriendo porque es hora de seguir jugando a que son felices lejos de sus raíces.
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