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Ciudad Juárez: la apuesta por la paz, segunda parte.

El Mix jugando fútbol con sus alumnosEsta es la segunda entrega de la serie en la que conocemos ¿cómo se puede salir de la lista de las ciudades más peligrosas del mundo? Más allá de los tecnicismos que hacen que se suba o se baje en el ranking, salir de ese grupo es un logro de admirar. En Colombia lo logró Medellín, pero Cali y Palmira siguen presentes. En México, Ciudad Juárez también logró borrarse de dicha lista. La periodista colombiana Margarita Solano nos trae una serie de crónicas sobre el lugar que hace cinco años era el más violento del mundo. Conozcamos su transformación.

Ciudad Juárez: la apuesta por la paz, segunda parte

El Mix jugando fútbol con sus alumnos

Febrero 22 - 2016

Por Margarita Solano 
Directora de información en www.lopolitico.com 
Especial para Hechoencali.com

Los piquetes de El Mix

En el argot criminal, El Mix está curado, rezado, protegido, bendito o simplemente tiene más vidas que un gato. La primera vez que intentaron asesinarlo en una riña calleje-ra a punta de pata y puño por parte de la pandilla contraria, logró escabullirse y re-fugiarse en los puentes de Ciudad Juárez —con una botella de tequila, la billetera lle-na y un celular, era más que suficiente— sonríe, se acomoda la boina, fue un pandi-llero.

El muchacho de tez morena y mirada pícara, sonríe hasta en sus peores momentos. Viste como cholo: pantalones tres tallas más grandes, tenis desbordados, saluda sa-cando el índice y el pulgar de la derecha, la misma mano con la que fue capaz de sos-tener un arma.

Una noche El Mix no volvió a casa, lo querían matar. Una noche se abrazó a la al-mohada de una amiga coqueta que pudo esconderlo; otra más, en casa de un cuate de la prepa donde vendían marihuana y crack al menudeo. Cuando era necesario extor-sionaba a los profesores de matemáticas por una calificación superior y el resto de las noches, caminaba intoxicado por alcohol hasta encontrar un puente alejado de los enemigos.

La tercera es la vencida.

Se sintió tranquilo cuando logró que Diego, un compa de la escuela, le diera trabajo cuidando su casa. Tendría techo y comida como parte del pago. Habían pasado dos años de la última riña, comenzaba a ganarse la vida cuidando un bien ajeno, dormía caliente, pero era 10 de mayo de 2010 y a los 20 años todo es motivo para celebrar.
Día de la Madre. 

Agarró la fiesta desde temprano y a las dos de la mañana sonaron dos golpes a la puerta.

—Ha de ser tu hermano Diego, ¿le abres wey?— El Mix está soñoliento con tufo de tequila. Un grito ensordecedor levantó a El Mix de un salto al piso. Diego recibió un cuchillo de frente en el esternón, quedó tendido en la puerta; iban por El Mix.

Lo que pasó con El Mix después, es un guión de película aun no escrito por Tarantino. Un cuchillo cebollero le rebana el cuello mientras cinco hombres con el rostro visible le hacen 118 piquetes de los pies a la cabeza y lo avientan en un sofá moribundo. Los flashes de las cámaras fotográficas de los peritos y reporteros que lo daban por muer-to fueron su último recuerdo. 11 de mayo, un titular de prensa en la que hasta enton-ces era la ciudad más violenta del mundo, Ciudad Juárez, Chihuahua resumió su odisea: "Día negro. Mueren nueve, sobrevive uno".

—Yo trabajaba en un circo ambulante antes de estar aquí, cuidaba un tigre bien grande, le daba de comer, lo ayudaba a bañar, pero un día el tigre se escapó y tenía que detenerlo, peleamos tanto que miren cómo me dejó, todo lleno de arañazos— en-tonces muestra la cabeza a un público que no supera los ocho años de edad. El más chico está impresionado con la anécdota y toca el cráneo inclinado para sentir de cerca las garras del felino ancladas en El Mix.

La historia la inventó un año después de sobrevivir al —día que más miedo tuve en toda mi vida— cuando aceptó ir a CASA, un Centro de Integración Juvenil que busca a través de talleres de serigrafía, grafiti, música y actividad física, rescatar a niños y jóvenes de Ciudad Juárez en situación de riesgo.

Tomó un curso de rap, un poco de baile, clases de guitarra, aprendió a pintar camisas que podía vender, dibujó decenas de grafitis artísticos, dejó el alcohol, las armas, se casó, tiene dos hijos propios y cientos heredados. Se volvió en el instructor de niños que él nunca tuvo. Sólo entonces se vio obligado a buscar una respuesta para los niños curiosos que con asombro, tocaban alguna de sus 116 cicatrices. ¿Cómo explicarles a unos niños que otros hombre lo quiso matar?

Es enero de 2016 y han pasado cinco años desde el día en que El Mix agonizaba en un hospital. También agonizaba Ciudad Juárez en el 2010. Tres mil 57 asesinatos, 76 se-cuestros y 93 extorsiones ocurrieron en la ciudad fronteriza señalada internacional-mente como la más violenta del mundo. Han pasado cinco años y El Mix ha ganado un par de kilos, juega fútbol con niños de cinco, seis, ocho, doce, catorce años, en una cancha pavimentada con salones naranja que se han vuelto en su refugio. Niños en situación de calle, pobreza extrema, hijos de zonas marginales, de madres que se sumergen en una maquinadora para llevar el pan a la mesa, juarenses todos que han encontrado en El Mix un héroe de carne y hueso.

¿Supiste de tus agresores?

—Los volví a ver. Como eran menores de edad, todos salieron rápido de la cárcel. Eran seis, de todos me acuerdo perfecto porque cuando uno es del barrio, conoce a sus enemigos. Uno de ellos lo asesinó mi tío, me lo contó y ahora mi tío está en la cár-cel con un policía que le ayudó en eso, los otros cinco salieron libres y un día iba ca-minando por la calle con mi esposa, mis hijos y los vi, todos juntos otra vez, me mira-ron, los miré, tuve tanta ira, tantos deseos de ir con toda esa rabia contenida a partir-les su madre pero me contuve. 

Amigos míos me decían que me los agarraban a todos y que yo fuera a darles el tiro de gracia o me preguntaban que cómo quería que me los entregaran y eso me rondó muchas noches la cabeza, el corazón, el alma, pero yo ya no era ese Mix, yo ya soy otro y aprendí que una de las tantas maneras de ser feliz es cuando perdonas, yo los perdoné— se vuelve acomodar la boina.

Quien escuchara las confesiones de El Mix en una oficina que se hizo oscura al caer la noche, jamás pensaría que tiene 25 años, jurarían que rebasa los 40. Tampoco daría crédito a la historia que guarda un cuerpo donde las huellas de tortura sobresalen por las manos, los tobillos, el cuello, la cabeza; El Mix ahora es Alejandro, un adoles-cente que cursa segundo semestre de docencia en la Universidad Pedagógica de Ciudad Juárez porque quiere ser maestro —pero no para dar clases en un salón encerrado, sino para ir al barrio, recorrer sus calles y sacar a chavos del riesgo de las drogas, las pandillas, el alcohol—

El Mix lanza una carcajada mientras mientras posa para la foto

Son las siete de la noche, la penumbra de la Colonia Azteca hace más notorio la polvareda de sus calles y avenidas de donde hoy día se disputan la plaza del menudeo las pandillas de Los Aztecas contra Los Artistas Asesinos. Las llantas de los coches re-chinan con las piedras y Javier, de escasos seis años, se abraza de la pierna de El Mix. Le pide que cuente otra vez el día que peleó con el tigre, le hala con insistencia la mezclilla, lo mira hacia arriba. El Mix sonríe, se agacha, los niños corren a su regazo, el viento helado sopla. 

—Yo trabajaba en un circo ambulante antes de estar aquí...—- 

 

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